lunes, 29 de agosto de 2016

Francia: la huelga general de mayo-junio de 1936. ¿Qué enseñanzas hoy?

En un momento en el que gobernantes y patrones intentan reventar el estatuto de los trabajadores y de ese modo poner en tela de juicio algunas de las leyes favorables a los y las asalariadas. Cabe recordar que éstas no han caído del cielo ni de la buena voluntad de los patrones ni de pequeñas negociaciones alrededor de una mesa, sino de las fuertes y duraderas luchas de los y las trabajadoras. Éstas han desembocado en mayo-junio de 1936 en una huelga general, que ha permitido a los trabajadores ganar por ejemplo los derechos laborales que hoy pretenden destruir tanto la patronal como el gobierno.
En el régimen capitalista, cualquier victoria de los asalariados es provisional, fruto de una correlación de fuerzas concreta en un momento dado entre trabajadores y patronal y continuamente puesta en tela de juicio. Es una eterna repetición, que seguirá así hasta que una lucha prolongada y determinada haga estallar toda la organización social existente.
Esta cuestión estaba en el centro del gran movimiento social de mayo-junio de 1936. ¿Huelgas? No, “la huelga”, decía Trotsky desde su exilio en Noruega en 1936. ¿Cómo esta oleada de huelgas se inició, cuál es la articulación entre el gobierno del Frente Popular y las masas en movimiento, y cuáles son las conquistas de dicho movimiento?
La crisis y las primeras manifestaciones.
Al principio de los años 1930, el país era aún en gran parte campesino. El desarrollo industrial de las primeras décadas del siglo XX habían conllevado nuevas concentraciones de asalariados en los sectores como los de la metalurgia o los del sector químico. Desde 1931, con dos años de retraso con respecto al estallido de la crisis de 1929 en los EEUU, Francia padecía una grave crisis económica, con un alto paro y mucha miseria. Esta crisis golpeaba evidentemente a la clase obrera, pero también a las clases medias, a los campesinos, que perdían confianza en sus dirigentes habituales, en concreto al Partido radical, desgastado a causa de los múltiples escándalos de corrupción como el escándalo Stavisky que salpicó a varios ministros.
El contexto internacional de la época era duro: Italia y Alemania se habían girado hacia el fascismo. En Francia, asistíamos al mismo tiempo a un aumento en potencia de las ligas fascistas, Cruz de fuego y Acción Francesa. El punto de partida de la gran oleada de huelgas fue precisamente una reacción a los acontecimientos del 6 de febrero de 1934, cuando un cortejo de las ligas fascistas se dirigió hacia la Asamblea nacional con vista a derribar al gobierno. Los enfrentamientos con la policía causaron 14 muertos y centenares de heridos. Los disturbios fracasaron, por una parte a causa de la división de las ligas, pero también porque no contaban, al igual que en Italia y en Alemania, con el apoyo total de la gran burguesía. En 1934, la burguesía conseguía mantener sus beneficios y el movimiento obrero no representaba para ella un peligro inminente. Sin embargo sí subvencionaba las ligas como contrapeso político de los partidos y sindicatos obreros.
Esos disturbios de extrema derecha provocaron una espectacular reacción obrera. El 9 de febrero, el Partido comunista organizó una manifestación en la que hubo 6 muertos. Y el 12 de de febrero, una huelga general fue organizada por la CGT, a la que se sumó la CGTU. Fue un gran éxito: hubo por ejemplo 30 000 huelguistas de entre los 31 000 carteros. Los periódicos no salían a la venta, pocos transportes circulaban. Por la tarde del 12 de febrero, los dos cortejos sindicales de la CGT y de la CGTU se unieron al grito de “¡Unidad, unidad!”.
El 14 de julio de 1935, en París, una inmensa manifestación congregó a 500 000 personas, lo que era para aquella época gigantesco. En toda Francia, importantes manifestaciones tuvieron lugar. Los organizadores estaban reagrupados en el Comité internacional contra la guerra y el fascismo, que cambió entonces de nombre por el de “Comité nacional de reagrupamiento popular” y redactó un programa electoral, el cual acabaría siendo el del Frente Popular.
El movimiento obrero.
Antes de 1936, el movimiento obrero francés estaba dividido: Partido comunista (estalinista) y SFIO (socialista) estaban en competencia y eran enemigos, el PC seguía la línea de la Internacional Comunista y rechazaba toda Alianza con dirigentes socialistas que calificaban de “social fascistas”; en Alemania, dicha político demostró ser catastrófica frente al ascenso del fascismo. En el movimiento sindical existían las mismas divisiones entre la CGT (socialista) y la CGTU, ligada al PC. Pero frente al rearme alemán, Stalin necesitaba aliados entre los gobiernos occidentales, lo cual explicaría la nueva estrategia adoptada por los diferentes partidos comunistas de acercarse a su propia burguesía. La línea del PC francés se convirtió entonces en la del “frente popular” y en la de la defensa de la nación. Desde julio de 1934, un pacto de unión fue firmado entre la SFIO y el PC. En 1935, Stalin y el presidente del Consejo Pierre Laval acordaron un pacto de cooperación; desde su firma, la Marsellesa enocntró su lugar al lado de la Internacional, y Maurice Thorez, dirigente del PC, empezó entonces a hablar de “pueblo” en lugar de trabajadores.
Las elecciones y la formación del gobierno de Léon Blum.
Desde octubre de 1934, el PC ganaba votos en todas las elecciones cantonales y municipales: asistíamos a un verdadero giro a la izquierda. Es entonces cuando el PC tendió la mano al Partido radical, que estaba en pleno retroceso, para elaborar una alianza electoral entre la SFIO, el PC y los radicales. El PC deseaba un programa muy moderado, para no asustar a las clases medias y por ello rechazó del programa la nacionalización de los bancos y de las industrias.
El Frente popular gana las elecciones del 26 de abril y del 3 de mayo de 1936. No fue por goleada. Sin embargo si fue espectacular la recomposición a la izquierda: el PCF pasó de 800 000 a 1,5 millones de votos, pasando por delante del Partido radical, logrando 72 diputados en lugar de los 11 que tenía desde 1932. La SFIO se quedó más o menos igual, y el gran derrotado fue el Partido radical. En el seno de la coalición del Frente popular, le tocó a la SFIO formar gobierno. El PC le apoyó sin reservas pero rechazó participar en el mismo, para no “favorecer una campaña de pánico de los enemigos del pueblo”, y el dirigente Jacques Duclos declaró a la prensa que el “PC respetaría la propiedad privada”. Trotsky se mofó de los estalinistas franceses: “somos revolucionarios demasiado terribles, según Cachin y Thorez, nuestros amigos radicales pueden morir de miedo, es mejor que nos mantengamos al margen”.
Las huelgas.
Es entonces cuando la clase obrera entró en escena y se puso en huelga, sin esperar la formación del gobierno de izquierdas que tenía previsto constituirse en un mes. ¿Cuáles eran las características de esas huelgas? No venían de ningún llamamiento centralizado, éstas se desarrollaban, conseguían rápidamente lo que exigían, y seguían después. Se trataba en el conjunto del país de una verdadera oleada, de seguida marcada por las ocupaciones de las fábricas.
Entre abril y mayo de 1936, el número de huelgas duplicó, sobretodo en sectores donde los sindicatos y partidos obreros estaban muy poco implantados. Las primeras huelgas del movimiento de mayo-junio de 1936 tuvieron lugar el 11 de mayo en El Havre y en Toulouse, para reclamar la reintegración de trabajadores que no habían ido a trabajar el 1º de mayo y habían sido despidos por ello. Esas huelgas consiguieron su objetivo inmediatamente, después de una noche de ocupación. El 14 de mayo, le tocó a la fábrica Bloch en Courbevoie (París), que exigía un aumento de los salarios. Los obreros pasaron allí toda la noche, abastecidos por el municipio del Frente Popular; ahí fue una victoria rápida. Hasta ese momento, la prensa no había hablado de esas huelgas: los primeros comentarios de L'Humanité (diario del PCF) sobre la huelga de El Havre solo aparecieron el 20 de mayo, y como lo recuerda Daniel Guérin en su libro Frente popular, revolución fallida, hubo que esperar hasta el 24 de mayo para que el órgano central del PC juntara los tres conflictos y llamara la atención de los militantes obreros en cuanto a los éxitos conseguidos y sobre los métodos de lucha que habían permitido dichas victorias.
El 24 de mayo, una manifestación tuvo lugar para conmemorar la Comuna de París. Más de 600 000 personas se concentraron frente al Muro de los ferderados, donde Léon Blum y Maurice Thorez estuvieron juntos. Lo nunca visto.
Huelgas estallaron después en la metalurgia parisina con las siguientes reivindicaciones: garantía de un salario mínimo diario, el reconocimiento de delegados designados unicamente por los asalariados, la supresión de las horas extras y la semana de 40 horas.
El 28 de mayo fue una jornada decisiva, con el inicio de la huelga de 35 000 obreros de las fábricas de Renault, así como de numerosos establecimientos de los alrededores. Se constituyeron comités de huelga para asegurar la seguridad y el abastecimiento, y la prensa subrayo el perfecto orden que reinaba en dichas fábricas.
Lejos de empujar, los lideres del PCF y de los sindicatos intentaron por todos los medios de relajar el ambiente. Ambroise Croizat, secretaria general de la CGT Matalurgia y miembro de la dirección del PC, declaró: “el movimiento de huelga de la metalurgia puede muy rápidamente calmarse, si, desde la patronal, se está dispuesto a darle curso a las legítimas y razonablea reivindicaciones obreras”.
El uso de las fuerzas de represión para desalojar las fábricas fue contemplado, pero los patrones pensaron que se podía acabar derramando sangre y que esto podía conllevar impedirles retomar la dirección de sus fábricas.
Al final del mes de mayo, el movimiento pareció tranquilizarse con el final de la ocupación de Renault, después de unas negociaciones sobre el establecimiento de contratos colectivos, el aumento de los salarios, la supresión de las horas extras y el abandono de las sanciones por hacer huelga. Después de Renault, numerosas empresas fueron desalojadas.
Pero el 2 de junio, las huelgas retomaron de repente, sobretodo en el sector químico, el del textil, el de la alimentación, el de los transportes y el petroleo, pero también en las fábricas metalúrgicas, por segunda vez en huelga. A pesar de los repetidos llamamientos a la vuelta al trabajo por parte de los sindicatos y partidos, la huelga siguió extendiéndose el 4 de junio con la entrada en escena, en toda Francia, de los camioneros, de los trabajadores de la hostelería-restauración y de los obreros del Libro.
El 4 de junio, un mes después de las elecciones, Blum llegó al fin al gobierno. Con la esperanza que eso iba a bastar para calmar las luchas obreras, su discurso del 5 de junio se centró en el hecho de que las leyes sociales prometidas iban a ser rapidamente votadas. Pero lo que se produjo fue lo contrario: la mayoría de las fábricas que habían retomado el trabajo los primeros días de junio volvieron a ponerse en huelga. El 5, fue el turno de los grandes almacenes y de los servicios públicos. Los dirigentes sindicales, superados por el movimiento, intentaron entonces dirigirlo haciendo un llamamiento a la huelga general.
Los acuerdos de Matignon y la profundización de la huelga.
Los 7 y 8 de junio, la patronal tomó contacto con Blum para charlar del aumento general de los salarios a cambio del desalojo de las fábricas. La patronal sabía que para salvar lo esencial – la propiedad de sus fábricas -, necesitaban aceptar ceder sobre las cuestiones secundarias, es decir sobre todo lo que no ponía en peligro la cuestión del régimen de la propiedad privada.
Los acuerdos de Matignon fueron de alguna forma la transcripción de una cierta correlación de fuerzas entre las clases sociales. La patronal aceptó el establecimiento inmediato de los contratos colectivos de trabajo, la libertad sindical y la elección de delegados, así como el reajuste de los salarios del 7 al 15%. El objetivo era poner un freno a las luchas obreras. A la mañana siguiente, los principales periódicos obreros celebraron la “victoria”: en la portada del “Popular”, el periódico de la SFIO, podíamos leer “¿Una victoria? Mejor: un triunfo”; en cuanto a “L'Humanité”, la portada decía: “¡La victoria se ha conseguido!”. En cuanto a los dirigentes sindicales intentaron hacer que se retomase el trabajo en todos los lugares en los cuales los patrones habían aceptado empezar con las negociaciones.
Pero los trabajadores no estaban conformes: del 7 al 12 de junio, las huelgas se extendieron con tal rapidez que Trotsky escribía, el 9 de junio: “La revolución francesa ha empezado”. En el mismo momento, el periódico conservador L'Echo de París titulaba su portada: “París tiene el sentimiento muy claro que una revolución ha empezado”.
Reunidos en París, 587 delegados representantes de 243 fábricas metalúrgicas de la región parisina rechazaron aplicar el acuerdo de Matignon presentado por el sindicato. Aprobaron la siguiente resolución: “Teniendo en cuenta las condiciones particulares de la región parisina, de los salarios bajos en numerosas fábricas, (los delegados) no pueden aceptar la aplicación de dicho acuerdo sin un previo reajuste serio de los salarios”. Acordaron un plazo de 48 horas a los patrones, reclamando la nacionalización de las fábricas que trabajaban para la guerra y para el Estado en el caso en el que ese plazo no fuese respetado.
El 8 de junio, la huelga era total en los grandes almacenes y en las sociedades de seguros. El 11 de junio, 2 millones de huelguistas fueron contabilizados
Voto de las leyes sociales.
El gobierno hizo votar con rapidez las leyes sociales: 40 horas, vacaciones pagadas, contratos colectivos. Los dirigentes del PCF y sindicales defendieron con ahínco la vuelta al trabajo. Frente al carácter revolucionario del movimiento, Thorez decralaría: “Hay que saber terminar una huelga, en cuanto se han satisfecho las demandas”, añadiendo: “No se trata en este momento de tomar el poder”. Desde los 12 y 13 de junio, fue el apaciguamiento. El 12 de junio, los primeros convenios colectivos fueron firmados.
Las lecciones del movimiento.
Nos quedamos muy a menudo con las conquistas sociales logradas en este periodo, como las 40 horas, las vacaciones pagadas, los convenios colectivos, los delegados de personal o los fuertes aumentos de los salarios. Son avances importantes que han cambiado mucho la vida en las fábricas, poniendo freno a los todopoderosos patrones, y que fueron posibles gracias a la impactante movilización de los trabajadores. Hay que subrayar, por cierto, que todas esas conquistas no estaban en el programa del Frente popular, y que este gobierno de izquierdas sólo sirvió de intermediario para volver al trabajo.
Hay que quedarse también con la extraordinaria profundidad del movimiento, que ha recorrido al conjunto de la clase obrera: categorías como los camareros o las dependientas de los grandes almacenes estaban en huelga por su dignidad. Es impresionante constatar que en tal o cual momento, todas las fábricas quisieron hacer la experiencia de la huelga y de esa nueva dignidad, incluso cuando se había accedido a esas reivindicaciones. Nos quedamos finalmente con la dimensión festiva y feliz de las ocupaciones, cuando los obreros, sus familias y los vecinos descubrieron que podían sentirse como en casa en su lugar de trabajo.
Pero de lo que menos se suele hablar, es de que se perdió una ocasión de cambiar totalmente la sociedad. Los patrones habían entendido el peligro, cediendo rápidamente sobre un montón de reivindicaciones para conservar lo esencial. Al igual que los obreros, que habían creado por todos sitios comités de huelga rechazando obedecer sin rechistar las consignas sindicales. Pero los partidos dirigentes, y en concreto el PC que seguía la política de Stalin, había elegido no remover las aguas en las democracias burguesas, y hacer todo lo posible para que el movimiento permaneciera en los límites permitidos: eso es lo que acabó pasando. De ahí la necesidad, para los trabajadores y las trabajadoras de hoy, de preparar un mayo-junio que vaya hasta el final.


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