Cuando
hablamos de revolución, pensamos en la Revolución francesa, en la
Revolución rusa: pero muy poco en la que se llevó a cabo en
Alemania en 1918-1919. Las revoluciones victoriosas son conocidas,
pero mucho menos las que han sido derrotadas. Sin embargo la
experiencia de la Revolución alemana es un hecho histórico mayor
para entender cómo cambiar esta sociedad y que papel debe
desarrollar la clase obrera en ese proyecto.
La
Alemania de principio del siglo XX era muy diferente de la Rusia
tzarista: era un país capitalista avanzado, en el que la clase
obrera era la capa social más numerosa, con una concentración muy
numerosa en las ciudades y las zonas industriales. Era un lugar
favorable para el auge de las ideas socialistas. El partido social
demócrata alemán (SPD), con más de un millón de miembros y más
de 4 millones de suscriptores a su prensa estaba viviendo debates
importantes. Debido al aumento sostenido de su peso electoral y
militante, teóricos empezaron a explicar que una victoria electoral
podía conducir al socialismo y poco a poco, las actividades del
partido se centraron en las instituciones. El 12 de julio de 1914, en
el norte de Francia, los socialistas franceses y alemanes organizaron
un gran mitín internacional en oposición a la guerra que se
avecinaba. Sin embargo el 4 de agosto en el Reichstag, el SPD votaría
los créditos de guerra en nombre del apoyo a las instituciones y de
la lucha contra el tzarismo ruso, supuestamente menos “progresista”
que el Imperio alemán. Con la excusa de su peso político, el SPD
respaldó la Unión sagrada y el envío de millones de trabajadores a
una gran carnicería como iba a ser la primera guerra mundial.
La
guerra y las primeras señales de oposición.
El
horror de la primera guerra mundial es conocido por todos: millones
de muertos, mutilados, ciudades y pueblos arrasados, hambruna y
enfermedades. Este desastre golpeó de frente a la clase obrera
alemana. Durante los primeros meses, a pesar de la desarrollada
conciencia socialista de ésta, no hubo ninguna oposición
estructurada a la guerra: no se observó ninguna señal y los obreros
abandonaron las fábricas para ir al frente. El SPD seguía siendo el
partido de la clase obrera, y la formaba y organizaba en casi todos
los aspectos de su vida: su dirección había traicionado pero no
estaba siendo criticada.
A
partir de la votación por los créditos de guerra, revolucionarias
como Rosa Luxemburg y Clara Zetkin quisieron organizar una oposición
en la social democracia alemana. En un primer momento, esa oposición
permaneció muy minoritaria, formándose a partir de 1915 en un
pequeño grupo revolucionario, la Liga espartaquista (Spartakusbund).
La primera manifestación masiva contra la guerra fue una huelga de
obreros en Berlín en abril de 1915, y en 1916, el dirigente
espartaquista Karl Liebknecht tomó la palabra delante de 2000
obreros. La Revolución rusa de 1917 conmocionó la situación
política en Alemania: mostrando la vía del socialismo y la manera
de conseguirlo, tuvo una incidencia en el peso de la oposición a ña
guerra en el seno de las masas alemanas. Las huelgas se multiplicaron
y motines estallaron en la marina. Una organización disidente del
SPD nació, el Partido social demócrata independiente de alemania
(USPD), en el cual participaron los espartaquistas. Estando cada vez
más clara la derrota de Alemania, la agravación de las condiciones
de vida y las esperanzas nacidas de la Revolución rusa suscitaron
turbulencias y ganas de lucha para muchos trabajadores y trabajadoras
alemanxs, e incluso entre los soldados.
La
chispa vino del Norte.
En
otoño de 1918, la explosión revolucionaria no empezó con la clase
obrera, sino en primer lugar en la marina, en el mar del Norte. Era
un sector del ejército que había conocido revueltas unos meses
antes. La insurrección fue preparada por dos grupos: los marineros
revolucionarios del mar del Norte, que ya se habían ilustrado
durante los motines de 1917, y militantes espartaquistas. La consigna
era que la insurrección tenía que empezar cuando el Estado mayor
diese la orden de un asalto suicida contra la marina inglesa. Los
revolucionarios fueron detenidos, pero fueron puestos en libertad por
los obreros y los marineros del puerto de Kiel, que tomaron el
control de los buques e izaron la bandera roja. La insurrección
había empezado: sin extensión del movimiento, la única salida era
el pelotón de ejecución… En todo el país, los espartaquistas,
los marineros y diversos grupos revolucionarios difundieron la
noticia y favorecieron la creación de consejos obreros y de soldados
– basándose en el modelo de los soviets rusos – para propagar la
insurrección y organizar la gestión de la vida cotidiana. Las
reivindicaciones eran la paz inmediata, el final de la miseria, pero
en el seno de los consejos nacieron también reivindicaciones propias
a cada fábrica. A través de las huelgas de masa, esos marcos de
poder proletario se desarrollaron por toda Alemania.
Todo
el poder a los consejos.
Pero
la revolución no había aún alcanzado Berlín, donde se concentraba
el poder del Estado y el ejército. Los espartaquistas llamaron a los
trabajadores a preparar la insurrección, apoyándose en los 300
“delegados revolucionarios” de las fábricas de berlinenses, que
representaban a 300 000 obreros. La preparación fue minuciosa. El 9
de noviembre de 1918, la consigna de los espartaquistas y de los
delegados revolucionarios fue clara: la huelga general, para derrocar
al Emperador y para establecer una República de los consejos. Esa
consigna se propagó pronto por la mañana, y ya desde la 5, la
huelga se extendió y se organizó mediante consejos de fábricas. A
las 11, Berlin estaba paralizada: masas de proletarios tomaron los
calles, a los que se le unieron los soldados y todos y todas se
dirigieron hacia el Reichstag y hacia el palacio imperial. Los
manifestantes que seguían a los espartaquistas se hicieron con el
palacio, y Karl Liebknecht, expresando la voluntad de los obreros,
proclamó la “República socialista libre de Alemania”. El
antiguo orden ya no existía, los trabajadores tenían sus propios
órganos de poder dónde decidían de una orientación y la llevaban
a cabo. Pero un poco más pronto en el Reichstag, un dirigente del
SPD, Philipp Scheidemann, había él proclamado la “República
alemana”… El Emperador había abdicado, y sin embargo, la
incertidumbre permanecía en lo que se refiere al desenlace de la
revolución: ¿iba a dar salida a una república democrática
burguesa, o a una república socialista dirigida por los
trabajadores?
La
difícil cuestión del poder
Los
obreros y los soldados habían derrocado en pocos días las
estructuras políticas del Imperio, dando a luz a sus propios órganos
de poder. La noche del 9 de noviembre, el sentimiento que dominaba
era la euforia; la victoria estaba ahí: los proletarios dirigían la
sociedad. Sin embargo, los jefes del SPD se lanzaban ya en una
batalla política para impedir que esa revolución condujera al
socialismo. El 10 de noviembre, dos poderes fueron reconocidos: por
un lado, el de los consejos de obreros y de soldados, y por otro, un
gobierno provisional que no provenía de los consejos, sino de una
coalición entre el SPD y el USPD. Desde el principio, esos dos
poderes se opusieron el uno contra el otro. El gobierno provisional
iba a ser el instrumento de la contra revolución, del
restablecimiento de la paz social y del poder burgués. Para
conseguir dicho objetivo, el SPD impuso al USPD respetar una paridad
entre los dos partidos en los consejos obreros, como ya ocurría en
el seno del gobierno. Pero como el SPD era por otro lado ampliamente
mayoritario en los consejos de los soldados, el resultado fue que se
hizo también con la mayoría en el seno del poder ejecutivo de los
consejos. Esa situación pareció normal a los trabajadores, poco
informados de las divergencias en el seno del movimiento obrero: para
la mayoría de ellos, no había diferencias entre el SPD, el USPD y
los espartaquistas. El USPD era una organización joven, y las
orientaciones de los unos y de los otros no habían sido
experimentadas en la práctica por la mayoría de los trabajadores.
El gobierno provisional empezó a funcionar con 6 “comisarios del
pueblo”, títulos pomposos que pretendían recordar a la Rusia
soviética, pero tenían sobretodo como objetivo servir de cortina de
humo para dejar actuar a los actores de la contra revolución. ¿Qué
veía la clase obrera? Una alemania repleta de consejos obreros,
socialistas en el poder, el Emperador destituido… Sin embargo, el
SPD y la burguesía se centraban en restablecer las antiguas
instituciones y en organizar elecciones destinadas en arrebatar el
poder a los consejos. Sólo los espartaquistas y algunos militantes
revolucionarios eran conscientes de las maniobras que estaban en
curso. El 11 de diciembre, en el periódico Die Rote Fahne, Rosa
Luxemburg escribía: “está claro que era en el consejo ejecutivo,
en los consejos obreros y de soldados, que las masas debían
encontrarse. Sin embargo, su órgano, el órgano de la revolución
proletaria, está reducido a un estado de impotencia total; el poder
se le ha escapado de las manos para ir a parar a las de la burguesía.
Ningún órgano de poder político deja de manera voluntaria escapar
el poder, al menos de haber cometido algún error. Es la pasividad e
incluso la desidia del consejo ejecutivo que han hecho posible el
juego de Ebert-Scheidemann ». El 15 de diciembre, una asamblea de
los consejos aprobó una vuelta a la “normalidad”, sin Emperador
cierto es, pero con un poder político que pertenecía a la
burguesía. Elecciones fueron convocadas, lo cual fortaleció a las
instituciones burguesas y conllevó una disminución del peso de los
espartaquistas, que no estaban en ese momento organizados de manera
autónoma a escala nacional. La revolución alemana representó la
esperanza de una extensión de la revolución rusa a escala europea.
Los trabajadores mostraron su fuerza, su capacidad para hacer
estallar los marcos de las viejas sociedades descompuestas. A través
de los consejos obreros, el proletariado llamó a la puerta del
poder: el poder que ejerció no fue total pero en algunos lugares,
son los obreros y los soldados los que controlaron la economía y la
vida política. Sin embargo, faltó la conciencia política de las
tareas, de lo que significaba la toma del poder. Muchas razones
explican esto, y la primera de ellas es la ausencia de un partido
revolucionario lo suficientemente implantado e influyente para
conducir a los trabajadores a la ruptura con el capitalismo. Los
espartaquistas fueron el núcleo más consciente del Revolución
alemana, pero sufrieron la ausencia de un partido autónomo, con
lazos con toda la clase obrera; intentaron llevar a cabo dicha tarea
fundando el Partido comunista alemán en diciembre de 1918. A pesar
de la vuelta a la normalidad, la experiencia de noviembre y la
voluntad de acabar con esta sociedad hizo posible una explosión
revolucionaria en enero de 1919: los trabajadores de Berlín, tomaron
de manera masiva las calles e intentaron tomar el poder. Esa
situación sólo se ciñó a la capital, y el muy joven Partido
comunista fue incapaz de extenderla a una escala nacional. El
gobierno social demócrata desencadenó una represión feroz, con la
ayuda de las tropas de choque de la extrema derecha, los Cuerpos
francos. Dirigentes como Luxemburg y Liebknecht fueron detenidos y
asesinados. Este aplastamiento asesino del proletariado berlinés
puso punto y final al episodio revolucionario de 1918-1919, que abrió
sin embargo un periodo intenso de lucha de clases. El nuevo fracaso
del intento revolucionario de 1923 tuvo consecuencias dramáticas y
marcó el final de las posibilidades de extensión de la Revolución
rusa. El aislamiento de la Rusia soviética facilitó su degeneración
burocrática así como la de los partidos comunistas del mundo
entero. Y a falta de haber podido triunfar, el proletariado alemán –
el más potente de Europa – iba a padecer algunos años más tarde
el talón de acero del nazismo...