Pepe Gutiérrez-Álvarez
Una de las formas de mesurar la importancia excepcional que –todavía-
sigue teniendo el legado constructivo de la revolución rusa de Octubre
de 1917, es observar como el neoliberalismo no desaprovecha la ocasión
para tirar el niño con el agua sucia, que la hubo también. No
desaprovechan la menor ocasión, y sin embargo, ahí sigue, como la última
gran referencia revolucionaria con sus luces, y a pesar de sus sombras.
Desde 1989 hasta finales del siglo XX, la ofensiva neoliberal llegó a
ser realmente agobiante. Llegó a arrastrar a la socialdemocracia
invertida, y de paso a muchos comunistas que, arrepentidos de sus
pecados de juventud, consiguieron finalmente cumplir su sueño de llegar
al poder. Aunque fuese por la puerta falsa. Maltratada, vilipendiada,
deformada, amputada, lo cierto es que la revolución rusa de 1917 fue un
punto axial en la historia, tan determinante que hasta sus más feroces
detractores se ven todavía obligados a denigrarla. Es el acontecimiento
que ha permitido hablar del “siglo soviético” (Moshe Lewin), y no creo
que nadie pueda dudar de que se trate del más influyente del siglo
pasado ya que su influjo resultó determinante en todos los demás
(ascenso del nazismo, guerra española, segunda guerra mundial, etc). Su
cadencia empero, está todavía lejos de remitir ya que ahora el discurso
dominante trata por todos los medios de imponernos su negación completa,
asegurando que fue un desastre “desde el primer día” (Antonio Muñoz
Molina dixit). Y es que, al igual que la revolución francesa, la
revolución de Octubre continuará polarizando la opinión mundial todavía
durante mucho tiempo, y quizás un tanto especialmente con ocasión de las
sucesivas décadas, unas efemérides que cuenta por sí misma con su
“pequeña” historia.
Anotemos sucintamente que su décimo aniversario (1927) coincidió con
la última manifestación libre (en el curso de la manifestación oficial
un sector de los asistentes se dirigió a vitorear a Trotsky con
consignas de la Oposición) en una Rusia en la que Stalin comenzaba a ser
el “heredero” de Lenin y hablaba de construir el “socialismo en un solo
país”, fue el año en que tuvo lugar la tragedia de la revolución china,
así como la huelga general británica (grandes episodios marcados por la
sombra de Octubre, y en los que los partidos comunistas actuaron más en
función de la política exterior soviética que como secciones con
finalidades propias), también fue el año de Octubre, la película de
Sergei M. Eisenstein, y máxima expresión hasta el momento de la censura
estalinista (ya que fue el propio Stalin quien decidió que se podía ver y
que no...El siguiente (1937) coincidió con el “gran terror” que se
llevó por delante toda la vieja guardia bolchevique, con su correlato de
adecuación a la política de “apaciguamiento” del nazismo, determinante
en la llamada política de no-intervención en la guerra española...
Recién acabada la II Guerra Mundial con la victoria contra las tropas
del Eje, en 1947 tiene lugar el momento de mayor apogeo del “socialismo
real” extendido en los países del Este y ampliado a China (1949). Sin
embargo 1957 es coincidente con el inicio del declive del estalinismo
tras las “revelaciones” del XX Congreso, y la revolución húngara...La
siguiente efeméride señala empero un momento de optimismo: se vive el
“reformismo” de Kruschev, el sueño de la “coexistencia pacífica”, la
revolución aparece como una vía que permite el desarrollo acelerado de
los países atrasados...Un año más tarde esta perspectiva se torna
sombría: cae Kruschev, la “primavera de Praga” acaba con la ocupación
rusa, mayo del 68 cuestiona el papel del emblemático partido comunista
francés. En 1977 tiene connotaciones diferentes. Todavía se vive la ola
renovadora del 68, caen las dictaduras en Portugal, Grecia y España,
pero la contrarrevolución neoliberal inicia siguiendo el camino de
sangre abierto por las dictaduras “franquistas” en Chile, Argentina,
Uruguay...Esta contrarrevolución parece incontenible una década más
tarde. Dos años después cae el muro de Berlín, concluye lo que Hobsbawn
llamará acertadamente el “siglo corto”. El socialismo no aparece ya como
la solución sino como el problema. La denigración del historial
revolucionario se convierte en una moda dominante. Toda utopía lleva en
su seno el Gulag...
Esta era la música dominante todavía una década más tarde. La llamada
globalización desarmaba a las izquierdas y sindicatos tradicionales,
desestructuraba la clase obrera, diezmaba el “romanticismo
revolucionario”, desactivaba las tradiciones colectivistas. La
historiografía certifica que el gran dios del capitalismo ha vencido al
pequeño dios del comunismo, y este se trasluce en detalles que
“iluminan” los mensajes mediáticos: los problemas son los “dictadores” y
las “dictaduras”, y se amalgaman los derecha e izquierda, Castro y
Pinochet, Hitler y Stalin, Stalin y Lenin, y así, al tiempo, se
escamotean a los grandes genocidas como Kissinger o Nixon, ocultan los
desastres humanitarios causados por la crecienteconcentración de
riquezas en unas pocas manos.
Sin embargo, parece que estamos asistiendo al inicio de un nuevo
ciclo. El capitalismo sin oposición lleva al desastre ecológico, a las
guerras, a lucha de clases desde arriba, y están apareciendo nuevos
movimientos, nuevas alternativas, decepciones como la brasileña de Lula,
tan esperanzadoras como los es ya la Venezuela de Chávez, y como todo
lo que ha ido sucediendo desde el estallido de la “primavera árabe”,
también con sus luces y sus sombras. Se habla del socialismo del siglo
XXI, y el consenso en la izquierda radical sobre la crítica radical del
llamado “socialismo real” es casi absoluta...El socialismo del siglo XXI
será desde abajo y profundamente antiburocrático o no será; el
estalinismo era un anticomunismo.
Al mismo tiempo que un cambio radical en la situación nacional, la
revolución rusa tuvo un papel de “ejemplo” para la historia mundial.
Desde 1917, el sistema capitalista ha temido a la revolución, al ejemplo
del “comunismo”. Ya no se trataba pues de un lejano ideal destinado a
la derrota como lo fueron tantos otras revueltas igualitarias desde las
cátaras, la de los husitas, la de los “niveladores” británicos, de los
“sans-culottes” en Francia, y durante el siglo XIX, la de socialistas
franceses en 1848, de los comuneros de 1871...No se trataba de un sueño
sino de una realidad que se concretaba en unos de los mayores países del
mundo. Antes había tenido lugar la revolución mexicana de Villa y
Zapata, y luego todas las demás, hasta la gran potencia británica
inclusive conoció una impresionante huelga general en 1927, además,
había desatado la revolución anticolonial que ahora tenía ante sí un
modelo de desarrollo al margen y en contra de las potencias dominantes.
El socialismo militante era un movimiento que había comenzado a tener
cada vez más auge desde finales del siglo XIX. En 1914 estalló una
primera guerra mundial que convirtió las guerras pasadas casi en juegos
florales. El hecho de que la revolución se desarrollara en el momento
álgido de dicha guerra mundial y en no poca medida, también como
consecuencia de ésta, fue mucho más que una coincidencia. La guerra
también había destruido las ilusiones que, entre otros, había expresado
el “revisionismo” socialdemócrata de Bernstein o el fabianismo
británico, de una evolución gradual hacia el progreso y el avance
social. Asestó un golpe mortal al sistema capitalista mundial tal y como
había existido hasta 1914, dejando en evidencia sus dramáticas
contradicciones, y su inestabilidad inherente. Ya nada fue como antes, y
quienes ocultan dicha guerra al hablar de la revolución rusa,
desfiguran deliberadamente los hechos.
Así pues, la revolución rusa iniciada el 8 de marzo por las mujeres
trabajadoras, puede ser considerada como una consecuencia y mismo al
tiempo como una causa de la decadencia del capitalismo que necesitaba
“espacio vital” para sus mercancías, y que ya no permitía la expansión
de las revoluciones democráticas como en su fase ascendente. Esta
revolución había comenzado destronando al Zar, y abriendo las puertas de
las cárceles, amén del regreso de una muchedumbre de revolucionarios
incompatibles con el zarismo, el gigante con los pies de barro, una
caída que hizo temblar otras muchas coronas. La mayoría de los
revolucionarios rusos se reclamaban del marxismo parte de éstos
pertenecían a una de las dos alas (bolchevique y menchevique) de lo que
había sido la socialdemocracia rusa, quienes junto con los “populistas”
(Partido Social Revolucionario, también conocidos como eseristas) y
fracciones anarquistas, se encontraron con una alternativa en movimiento
en los efervescentes soviets, el primero en Petrogrado, la antigua San
Petersburgo que había cambiado de nombre al comienzo de la guerra, y
que se extendió hasta el último rincón de la geografía rusa. El soviet
era en cierto sentido rival del gobierno provisional formado por los
partidos constitucionales en la vieja Duma
La expresión "poder dual” fue creada para describir esta situación
ambivalente. Aunque en su actitud inicial, los soviets surgieron como
expresión de la revolución de febrero, no tardaron en desbordar este
marco. Tradicionalmente, las izquierdas habían aceptado la existencia de
dos revoluciones específicas y sucesivas. La primera era la
burguesa-democrática que era la que se pensaba, correspondía a Rusia un
país que estaba saliendo de un régimen feudal o semifeudal, la segunda
era la socialista, que correspondía a una fase superior y ulterior de la
democracia, era la democracia socialista. En este esquema dominante se
incluía el apoyo más o menos incondicional hacia el gobierno
provisional, perfectamente compartido por los dos primeros bolcheviques
importantes que se instalaron a Petrogrado: Kamenev y Stalin.
Sin embargo, pronto se vio que este gobierno provisional no se
cuestionaba la guerra, ni se daba ninguna prisa por imponer las grandes
reformas pendientes.
Olvidar esto es negarse a entender lo que sucedió.
Como ya he explicado en otro trabajo en Kaos, la dramática llegada de
Lenin a Petrogrado a comienzos de abril acabó con esta frágil
componenda. Lenin al principio prácticamente solo, incluso entre los
bolcheviques, atacó la idea de que la crisis vigente entonces en Rusia
era simplemente una revolución burguesa. Era una revolución en
transición de una primera fase, que había dado el poder a la burguesía, a
una segunda, que transferiría el poder a los obreros ya los campesinos.
El gobierno provisional y los soviets no eran aliados, sino
antagonistas, representantes de diferentes clases. El objetivo que se
proponía no era una República parlamentaria, sino "una república de
soviets (consejos) de obreros y campesinos pobres Representantes de los
campesinos en el país entero, creciendo desde la base» El socialísimo no
podía, ciertamente, ser introducido de manera inmediata, pero, como un
primer paso, los soviets se apoderarían del control "de la producción y
la distribución social».
No era otro el tema de las famosas Tesis de Abril, clave de bóveda en
el pensamiento de Lenin. A todo lo largo del verano de 1917, Lenin fue
consiguiendo gradualmente el apoyo del partido y de los soviets para
este plan, que se convirtió en el programa de la revolución de octubre.
Tenia, sin embargo, su talón de Aquiles. En líneas generales, Marx había
previsto una revolución socialista desarrollándose sobre una base de
capitalismo y democracia burguesa establecida por una revolución
burguesa previa. Pero en Rusia esta base era rudimentaria o inexistente.
El dilema pues no era, tan evidente a primera vista, y para los
bolcheviques (como antaño para Marx), la revolución no estaba confinada
por fronteras nacionales. Tanto él como Trotsky encontraban que la
revolución rusa seria el “prólogo” de la revolución en los principales
países europeos, y sobre todo en Alemania. Por lo mismo, el
numéricamente débil proletariado ruso marcharía codo a codo y en
camaradería con el proletariado europeo hacia el objetivo socialista, y
que una revolución nacional seria únicamente el primer episodio de una
revolución europea o mundial. El pueblo soñaba con la revolución, pero
-como dirá Marc Ferro-, los bolcheviques le ayudaran a pensar en ella.
La dura realidad, agravada por la guerra y el cerco internacional,
no tardó en complicar esta visión. Cuando Lenin, a desgana, y una
mayoría del partido aún más a desgana, votaron por el tratado de
Brest-Litovsk con el Reich alemán, en 1918, aceptaron tácitamente la
idea de que, por el momento y como solución de emergencia, la vida de la
república soviética era más importante que cualesquiera objetivos
revolucionarios de más alcance. Al exponerse la aislada república a la
guerra civil y a la invasión extranjera, y en vista de la creciente
demora de la revolución en Occidente, esta prioridad penetró,
insensible, pero hondamente, en la forma de pensar de los dirigentes
políticos soviéticos. En 1921, a raíz de los trágicos acontecimientos de
Kronstadt, Lenin puso fin al régimen del mal llamado "comunismo de
guerra”, que, aunque vitoreado por sus defensores como un avance
sorprendente en el camino hacia el socialismo, era en ese momento una
reacción artificial a las exigencias de la guerra civil, y en su lugar
inauguró la "retirada” parcial y temporal del NEP (Nueva Política
Económica) a las condiciones burguesas de comercio.
Ese mismo año, el acuerdo comercial anglosoviético y, al año
siguiente, la conferencia de Génova crearon una componenda práctica
entre los principios del internacionalismo revolucionario y la necesidad
urgente de romper el boicot occidental y establecer relaciones
comerciales con el mundo capitalista
En tanto Lenin permaneció con vida, estas líneas políticas serian
consideradas todavía como componendas temporales sobre la base de una
emergencia, para romper un punto muerto, para salir de un intervalo
incómodo Lenin nunca perdió su convicción revolucionaria ni mostró
inclinación alguna a elevar esas componendas a la categoría de
principios básicos. Pero cuando murió, en enero de 1924, la perspectiva
de la revolución en Occidente parecían todavía muy vagas y remotas y las
líneas políticas basadas en ella tenían en su contra las exigencias
predominantes por un sector creciente que enroscaba en lo único que se
mantenía en pie: el Estado. El aislamiento que, desde el principio,
provocaba acciones aparentemente carentes de relación con los objetivos y
principios de la revolución, mostraban ahora la necesidad de una
revisión ideológica.
El planteamiento bujariniano de "Socialismo en un solo país” fue la
teorización a este estado de cosas, las actitudes que cristalizaron en
la nueva doctrina fueron apropiadas por Stalin que se había convertido
en el representante del “partido del Estado”. Era parte objetiva de la
desesperada situación en que se hallaba el país, de la desintegración de
la economía, de la debilidad del proletariado y de su agotamiento
después de la dura prueba de la guerra civil. Cuando fue formulada, esta
doctrina sistematizada e impuesta al partido, encajó como un guante. La
revolución no estaba en ningún prólogo sino que ya había llegado a una
finalidad, la impuesta por el único viejo bolchevique que nunca había
ocultado su escepticismo ante la perspectiva de una revolución en
Occidente, no en vano era el único que desconocía la cultura europea, el
único ajeno a los debates y tradiciones internacionalistas.
No obstante, esto no se hizo sin oposición, una resistencia que,
aunque no contaba con un apoyo social que no podía tener, desarrolló una
poderosa lucha política. Trotsky y otros menos conocidos insistieron
una y otra vez que el socialismo fundado por la revolución en un país
económicamente atrasado, donde el proletariado mismo estaba
económicamente atrasado y era numéricamente débil. El
socialismo-socialismo, el que habían soñado Marx y Lenin solo podía
crearse como resultados de una revolución del proletariado unido al
menos en parte de los países económicamente avanzados. Los éxitos de la
revolución, por tanto, notables desde cualquier punto de vista, tenían
un carácter híbrido y ambiguo, no podían sustituir un desarrollo social
que Rusia estaba muy lejos de conseguir. El propio Marx observó que el
embrión de la sociedad burguesa había sido formado dentro de la matriz
del orden feudal y estaba ya maduro cuando la revolución burguesa lo
instaló en los centros del poder.
La Oposición de Izquierdas daba por supuesto que algo análogo ocurría
en la sociedad socialista antes de que tuviera lugar la victoria de la
revolución socialista. En un supuesto y solamente en uno, se hizo
realidad esta idea. La industrialización y la modernización tecnológica,
que era uno de los principales éxitos de la sociedad capitalista,
fueron también requisito previo del socialismo. Un par de décadas antes
de 1914, la economía capitalista había comenzado a superar los limites
de la producción en pequeña escala de las empresas particulares y las
sustituya por la producción en gran escala que dominaba la escena
económica y se había infiltrado inevitablemente en el ejercicio del
poder político El capitalismo mismo estaba ya desdibujando la frontera
que separaba la economía de la política y preparaba el camino para
alguna forma de control social planificado. Un medio con el que podía
avanzar en la creación de unas nuevas condiciones.
El estudio de la economía de guerra alemana inspiró la observación de
Lenin en el verano de 1917 de que "el capitalismo de monopolio estatal
es la preparación material más completa para el socialismo”. Unas pocas
semanas más tarde añadió, un poco perplejo, que "la mitad fundamental,
económica” del socialismo había sido realizada en Alemania "en forma de
capitalismo de monopolio estatal”, o sea en un país incomparablemente
más desarrollado que la atrasada Rusia. Las contradicciones del
capitalismo habían ya producido, dentro del orden capitalista, el
embrión de la economía planificada de la Unión Soviética gracias a una
revolución que se había iniciado en el “eslabón más débil de la cadena
imperialista”.
Este hecho ha inducido a algunos críticos (Bordiga, consejistas,
Djilas, Castoriadis, Tony Clift, etc) a definir lo conseguido por la
planificación soviética como "capitalismo de Estado”. Como se ha
demostrado, este punto de vista carece de base. El capitalismo sin
empresarios, sin paro y sin mercado libre, en el que ninguna clase se
apropia del valor excedente producido por el obrero y en el que los
beneficios hacen un papel puramente secundario, en el que los precios y
los jornales no están sujetos a las leyes de la oferta y la demanda, no
es ya capitalismo en ningún sentido razonable. La economía planificada
soviética fue reconocida en todas partes como un desafío al capitalismo.
Era "la mitad básica, económica” del socialismo y un resultado
importante de la revolución, y cuando ha caído, el capitalismo se ha
sentido liberado y ha podido reanudar “la lucha de clases desde arriba”.
Aunque, en cualquier caso, seria pueril negar el título de
"socialista” a la proeza de un pueblo, también sería igualmente absurdo
insistir en que constituye una realización de la "asociación libre de
productores” de Marx, o de la dictadura del proletariado, o de la
"dictadura transitoria de obreros y campesinos” a la que se refería
Lenin en El Estado y la revolución. Las condiciones exigidas por Marx
de que "la emancipación de los obreros tiene que ser tarea de los
obreros mismos” fue una verdad hasta que la guerra civil desestructuró
totalmente, tanto económica como socialmente a una clase social que
Trotsky definió como “una maravilla de la historia”.
Las revoluciones agraria e industrial soviéticas evidentemente
cayeron de la categoría de una "revolución desde arriba”, impuesta por
la autoridad conjunta del partido y el estado, confundidos hasta
extremos que causaron el natural estupor que se manifiesta en obras como
la novela antiutópica Nosotros, de Eugene Zamiatin. La visión de una
clase trabajadora crecientemente preparado y educado dentro de la
sociedad burguesa, de la misma manera que había crecido la burguesía
dentro de la sociedad feudal, no había pasado a ser realidad salvo en
núcleos de “intelectuales orgánicos” muy reducidos. Las clases
dominantes actuaban cuando percibían que los trabajadores “sabían
demasiado”, como expresó uno de los jueces que condenaron a los
“mártires de Chicago”. Esto fue todavía menos factible en una Rusia
atrasada, donde la clase trabajadora era pequeña, estaba oprimida,
carecía de organización y no había asimilado ninguna de las libertades
condicionales de la democracia burguesa, incluso muchos trabajadores
revolucionarios permanecían imbuidos en tradiciones religiosas y
patriarcales muy profundas, como percibió el último Lenin y el Trotsky
de Notas de la vida cotidiana.
El diminuto núcleo de obreros con conciencia de clase que quedó de
los que protagonizaron la revolución y la guerra, era completamente
insuficiente para la tarea de organizar y administrar los territorios
incorporados a la "república soviética”. Su debilidad era la fuerza del
partido bolchevique, una organización compacta y disciplinada dirigida
por un grupo de intelectuales y revolucionarios devotos, que acabó
ocupando el vacío, y dirigió la política del régimen por medio de
métodos que, después de la muerte de Lenin, se volvieron más y más
cínicos y dictatoriales. Recursos que al principio se usaban raras veces
en el contexto de las pasiones y las atrocidades de la guerra civil se
fueron convirtiendo gradualmente en un vasto sistema de purgas y campos
de concentración Aunque los objetivos pueden ser calificados de
socialistas, los medios utilizados para conseguirlos eran, con
frecuencia, la negación misma del socialismo
Obviamente, esto no significa que no se realizara avance alguno hacia el
exaltado ideal del socialismo, hacia la liberación de los obreros de
las opresiones del pasado y el reconocimiento de su papel igual en una
nueva especie de sociedad. Pero el progreso era indeciso y fue
interrumpido por una serie de reveses y calamidades, tanto evitables
como inevitables. Después de las destrucciones y escaséeles de la guerra
civil hubo un breve respiro en el que el nivel de vida tanto de obreros
como de campesinos subió lentamente muy por encima del nivel miserable
de la Rusia zarista. Durante la década que comenzó en 1928 todos avances
se redujeron de nuevo bajo las intensas presiones de la
industrialización y el campesino hubo de pasar por los horrores de la
colectivización forzada comandada con mano de hierro por una burocracia
sin oposición. Apenas se empezó a restablecer el país cuando se vio
expuesto al cataclismo del auge nazi, a los horrores de la segunda
guerra mundial, capítulo de la historia en el que la que la Unión
Soviética fue blanco de la ofensiva más constante y devastadora de
Alemania en el continente europeo. Estas aterradoras experiencias han
dejado su huella, tanto material como moral, de la vida soviética y en
las mentes de los dirigentes y el pueblo soviético No todos los
sufrimientos de los primeros sesenta años pueden ser atribuidos a causas
internas o a la mano de hierro de la dictadura de Stalin.
Con todo, a partir de los años cincuenta y sesenta los frutos de la
industrialización, la mecanización y la planificación a largo plazo
comenzaron a madurar, y un reflejo de esto lo encontramos en un producto
tan poco revolucionario como Doctor Zivago, especialmente en la versión
fílmica. Quedaba mucho que era aún primitivo y atrasado para cualquier
baremo occidental, pero los niveles de vida subieron perceptiblemente.
Los servicios sociales, contando entre ellos la educación primaria,
secundaria y superior, se volvieron más efectivos y se ampliaron de las
ciudades a la mayor parte del campo.
En esta fase histórica, os instrumentos más notorios de la opresión
estaliniana fueron desarticulados. El patrón de vida de la gente del
pueblo cambió para mejorar. Cuando se celebró el quincuagésimo
aniversario de la revolución, en 1967, el optimismo parecía justificado,
y pudo observarse la magnitud del avance. Durante medio siglo la
población de la Unión Soviética había aumentado de 145 a más de 250
millones; la proporción de habitantes urbanos había aumentado de menos
de un 20 a más de un 50 por ciento. Se trataba de un incremento enorme
en la población urbana y la mayor parte de los recién llegados eran
hijos de campesinos y nietos o bisnietos de siervos.
El obrero soviético, e incluso el campesino soviético, de 1967 era
una persona muy diferente de su padre o abuelo de 1917. Apenas podía no
darse cuenta de lo que la revolución había hecho por él y esto
equilibraba con creces la ausencia de libertades que nunca había
disfrutado ni siquiera soñado poseer. La dureza y la crueldad del
régimen eran reales, pero también lo eran sus éxitos, por otro lado, el
campesinado había sufrido tragedias sin cuentos, pero no tenía la más
mínima nostalgia por el antiguo régimen.
Mundialmente, el efecto inmediato e inequívoco de la revolución rusa
había sido una fuerte polarización de actitudes occidentales entre los
de arriba y los de abajo. La revolución era un mal despótico y criminal
para los conservadores y una Iuminosa vía de esperanza para los
movimientos que soñaban con cambios radicales. La creencia en este
antagonismo fundamental inspiró la creación de la Internacional
Comunista, que conoció cuatro congresos iniciales de intensos debates
sobre la táctica y la estrategia a desarrollar y en los que
intervinieron los mayores revolucionarios del siglo. En un principio, el
referente ruso fue uno más, la autoridad de sus líderes como Lenin,
Trotsky, Zinóviev o Bujarin, fue debatida y contrastada, y las secciones
nacionales contaban con una amplia autonomía, así el partido comunista
alemán llegó a cambiar de dirección hasta tres veces en un solo año. El
propio Lenin insistía que el centro de la Internacional se tenía que
desplazar de Moscú a Berlín.
Pero, cuando la revolución europea no consiguió imponerse, y fue
derrotada en Alemania en tres ocasiones (1918-19, 1921, 1923), la
exigencia cada vez más firme de tratar a la Unión Soviética como
“bastión” del movimiento obrero internacional, y al Komintern como
depositario de la “línea correcta”, condujo gradualmente a una nueva
polarización entre el Oriente y el Occidente. Surgió la consideración de
que el fracaso de la revolución en su extensión en los países
occidentales, era una prueba de la quiebra sufrida por el marxismo
occidental, que en el momento crítico no consiguió producir ninguna
teoría o práctica revolucionaria aplicable a una sociedad capitalista
avanzada. De alguna manera, tal fracaso fue lo que resultó oblicuamente
explicado por el equipo dirigente del PCUS como la “traición” de los
dirigentes socialdemócratas occidentales, sobre todo de los alemanes,
produciendo un encono por el que el ascenso del nazismo se hizo
“irresistible”. Pero ya era un hecho sintomático de esta división el que
no pudiera encontrarse ningún lenguaje común, el “socialismo en un solo
país” acabó siendo “el socialismo en ningún otro país”.
La revolución mundial, tal y como había sido concebida en Moscú desde
la muerte de Lenin -que asistirá al IV Congreso internacional, el
último en el que Trotsky también tiene un protagonismo, y el último en
el que se puede hablar de un debate entre iguales-, pasó a ser un
movimiento dirigido "desde arriba”. Por una dirección única que decía
actuar en nombre de la “patria del proletariado”, de único país que
había sido capaz de llevar a cabo una revolución y avanzar
victoriosamente. Los propios fracasos, más los desastres económicos del
capitalismo (crack de 1929), alimentaron esta creencia tanto entre los
trabajadores como en numerosos intelectuales desencantados del
liberalismo. Sobre esta dinámica se impuso la autoridad incuestionable
de Stalin, y de una cohorte de líderes nacionales que pretendían
condensar el monopolio del conocimiento y la experiencia sobre la manera
de hacer una revolución (“los rusos saben lo que hacen”, tenían una
autoridad vaticana sobre los disidentes marginados). La idea de la
revolución internacional sufrió un vuelco, y ahora el principal y
prioritario interés del movimiento comunista pasaba a ser la defensa
incondicional del único país en que la revolución ya era una realidad,
un modelo. Estos partidos pasaron a pensar en dos planos, localmente
reformador, antifascista, e internacionalmente, prometiendo un porvenir
glorioso como el que se atribuía a la URSS, cuyas críticas quedaban
desautorizadas desde el momento en que se confundían con la que nunca
había dejado de hacer la reacción.
Estos dos axiomas y las líneas y procedimientos políticos derivados de
ellas resultaron a la larga, completamente inaceptables para las clases
trabajadoras de Europa Occidental, que se creían mucho más adelantadas,
económica, cultural y políticamente, que sus atrasados compañeros rusos y
no podían cerrar los ojos ante los aspectos negativos de la sociedad
soviética La persistencia de estas actitudes políticas no consiguieron
más que desacreditar, a ojos de los obreros occidentales, a las
autoridades moscovitas, a los partidos comunistas nacionales sometidos a
ellas y, finalmente, a la revolución misma En último término ayudaba a
justificar, en cualquier caso por el momento, la máxima de Stalin de
1918 de que "no había movimiento revolucionario en Occidente". Las
relaciones con los países atrasados no capitalistas se desarrollaron de
manera completamente diferente a la tradicional. Lenin fue el primero en
descubrir un vinculo entre el movimiento revolucionario para la
liberación de los obreros de la dominación capitalista en los países
adelantados y la liberación de naciones atrasadas y colonizadas del
dominio de los capitalistas, y con la revolución rusa, el
anticolonialismo dio un paso muy importante, trascendental. Desde el
primer momento se sintió atraído por la experiencia rusa tanto en lo
referente al derrocamiento del viejo zarismo como en el apartado del
desarrollo económico. La revolución rusa fue, por decirlo así, el primer
capítulo de revoluciones como la china o la vietnamita.
Así pues, en la medida que la Unión Soviética consolidaba su
posición, su prestigio como protector y dirigente de pueblos
"coloniales” aumentó rápidamente. Había conseguido por medio de un
proceso de revolución e industrialización, un aumento espectacular de
potencia económica, de poder político internacional...Por lo mismo, la
defensa de la Unión Soviética, lejos de parecer una embarazosa
prolongación del programa revolucionario, equivalía a la defensa del
aliado más potente de los países atrasados en su lucha contra los países
imperialistas adelantados. Los métodos rechazados en países donde la
revolución burguesa era una cuestión histórica y donde los movimientos
obreros eran fuertes y habían crecido dentro del marco elástico de la
democracia liberal, no parecían repulsivos en países donde la revolución
burguesa estaba aún por hacer y donde todavía no había grandes sectores
proletarios. En lugares donde las masas hambrientas y analfabetas no
habían llegado aún a la fase de conciencia revolucionaria, la revolución
desde arriba era ciertamente mejor que lo que ellos tenían. Sin ir más
lejos, en los años sesenta un potentado muy español realizó un periplo
por la URSS, y al volver proclamó: “Viven peor que nosotros”. El
maestro que me lo comentaba subrayaba lo del “nosotros”, o sea “ellos”,
los que vivían de los demás.
Mientras en los países capitalistas avanzados el fermento generado
por la revolución rusa seguía siendo un modelo cuestionado y no daba
lugar a una alternativa constructiva para la acción revolucionaria, en
los países no capitalistas atrasados, sometidos a dictaduras
conservadoras, resultaba mucho más convincente, Cuba fue un ejemplo. El
prestigio de un régimen que, a pesar del cerco y la hostilidad
internacional, se había elevado a la categoría de segunda potencia
industrial, le convirtió en el referente natural de muchas revueltas de
países atrasados contra la dominación imperialista, incluso en países de
tradiciones religiosas tan exacerbadas como Afganistán o Irán. El
capitalismo occidental que antes de 1914 había estado virtualmente
oposición, y podían cantar sus propias glorias (vean sino el cine de
aventuras coloniales en la India, películas como la célebre Gunga Din),
se encontraron con un país que era la negación de estas glorias. El
“tercermundismo” encontró en la URSS una potencia egoísta que, sin
embargo, se veía obligada a jugar su papel de oposición, hasta que se
daba el caso de un régimen -como el Sukarno en Indonesia o el del Sha de
Persia-, favorable a una entente con la URSS, también quería acabar
con los partidos comunistas...Entonces, los partidos comunistas
nacionales se veían obligados a justificar los apoyos más desastrosos.
En el caso del Sha de Persia, hubo una entente incluso con la China de
Mao, lo que explica en buena medida la súbita decadencia del partido
comunista, y el consiguiente ascenso de los beatos islamistas.
En resumen, si bien la revolución rusa de 1917 no llegó a conseguir
ni de lejos los objetivos que se había propuesto en Octubre, ni a
satisfacer las esperanzas que había generado fuera y dentro, y que su
historial fue manchado hasta extremos dantescos por el estalinismo y la
burocracia, no por ello dejó de tener repercusiones positivas y
profundas que se han hecho tanto más perceptible con su desaparición.
Hoy por hoy, la Rusia soviética sigue siendo el principal referente
revolucionario de la historia contemporánea, una historia necesaria
aunque solamente sea para saber todos los errores y horrores que no se
deben de repetir…