
Con ocasión de la última Diada, sin duda la más masiva y la más
contundente de toda la historia, se ha vuelto a hablar del precedente
del 11 de Septiembre de 1977. Entonces, se cifró de un millón (de
segadors, se añadía citando otro evento del imaginario social y nacional
catalán), aunque luego, estudios más fiables cifran en alrededor de
750.000 asistentes, más o menos…Celebrar. Conmemorar una derrota
nacional, es algo inusual, sin duda extraordinario. No sé de nada
parecido por más que en otros lugares no faltan motivos. Podrían haberse
dado 11-S en Castilla en honor a los comuneros; en Galicia con los
“Hermandiños”, o en Valencia con las “Germanias”, o en Andalucía con la
despreciable expulsión de los “moriscos”, pero no ha sido así.
Es evidente que ante semejante torrente humano, hay que hablar de
cifras aproximadas. Lo cierto es que en aquel lejano día era imposible
caminar incluso por las calles adyacentes, y cuando la cabeza llegó a su
destino, todavía quedaba mucha manifestación que no había dado el
primer paso. El ambiente era exaltado, los más viejos podían rememorar
el 14 de abril de 1931 (cuando la alegría del pueblo ocupó las calles de
la ciudad), o el legendario entierro de Durruti. Era el primer Once de
Septiembre legal que se celebraba en Barcelona desde que la barbarie
franquista ocupó Cataluña como antes había ido ocupando el resto del
Estado.
El primer 11-S legal que se quiso celebrar en Barcelona fue el
anterior. Efectivamente, en 1976, la Assemblea de Catalunya tenía
previsto hacer la manifestación en Barcelona, y lo siguió pensando en
hacerlo cuando el Gobierno Civil que seguía las órdenes que desde Madrid
impartía el inevitable y siniestro Martín Villa, pero finalmente
optaron por la negociación. Algunas de las propuestas gubernativas
fueron “de coña”, por ejemplo, sugirieron un teatro, pero finalmente se
optó por Sant Boi, un pueblo del Llobregat famoso sobre todo porque
ubicar el “manicomio” (“Tenías que estar en Sant Boi”, se decía de
alguien que se consideraba “majareta”, así iban las cosas), que aquel
día se llenó de una riada humana que, en buena medida, prefiguraba lo
que sería el año siguiente. Situado en discrepancia, uno no pudo por
menos que sentirse identificado con la honesta advertencia de Jordi
Carbonell: “Que la prudencia no nos haga traidores”. Nadie imaginaba
hasta qué extremo llegaría la prudencia.
Un año más tarde habían cambiado bastante las cosas, ya no estamos en
vísperas de casi todo sino después de las elecciones de 15 de junio, las
primeras elecciones democráticas desde febrero de 1977 aunque ahora la
prudencia tenía un mandato: ganaba la derecha o la derecha. En
Cataluña, aunque la mayoría votó por el PSC-PSUC. También gano la
derecha, pero aquí hizo falta una maniobra: traer a Tarradellas, el
President de la Generalitat en el exilio, lo que demostraba por sí hacía
falta, que cuando a la derecha le servía un republicano, venía a decir
lo mismo que Groucho Marx, “Estos son mis principios, pero si no le
gustan, tengo otros”… Pero todavía había “marcha”, y el pueblo ocupó las
calles. Nunca se habían visto tantas senyeres. Las había por todas
partes, eran el elemento unificador, se combinaban con todas las demás.
Pero no estaba sola, ni mucho menos. También estaban las rojas del
movimiento obrero, más ikurriñas, cubanas, y las verdiblancas de los
emigrantes andaluces. Hay que recordar que el Partido andalucista obtuvo
dos diputados en el primer Parlament…
A las nuevas generaciones quizás les cuesta imaginar toda la masa que
arrastraba el PSUC en aquel tiempo. Me acuerdo que el “tovarich” José
Borrás decía que “el PSUC le pegaba una patada a una lata y salía una
asamblea”. Estaban en todas partes, sobre todo entre la gente
trabajadora de las empresas y los barrios, Los socialistas tuvieron que
sacar pecho pero no había comparación posible. Al menos a mí su grito
“!Visca, visca, visca, Catalunya socialista¡”, me suscitaba
descreimiento. Parece obvio que no podían referirse a un régimen
socialista, aunque por aquel entonces hasta Jordi Pujol y otros, se
reclamaban de una socialdemocracia como la sueca, o sea la de Olf Palme,
ya me dirán. Todavía el PTE arrastraba un torrente inusitado de
personal. No en vano se decía que habían reunido medio millón de
personas en un acto electoral –con ERC que se acababa de despertar pero
que colocó a Heribert Barrera como diputado-, aunque quizás fuese la
mitad. Otros grupos menores de la izquierda radical y del
independentismo catalán (PSAN) hacían lo posible por hacerse oír, y creo
que la LCR lo conseguía gracias a un potente megáfono y a la voz
potente de pletórico Pau Pons que metía el dedo en la llaga de lo que se
estaba fraguando.
También se hicieron notar los colectivos más diversos, sindicatos,
asociaciones de vecinos, entidades varias como la Coordinadora de
Disminuidos que se encontraban en pleno apogeo, y que según me contaban,
habían tratado de ponerse unos metros por delante de la cabecera
ocupada por las patums, o sea los que la Asamblea de Cataluña había
decidido, pero no le dejaron. Luego vino el declive, y la Coordinadora
se desmoronó desde dentro. Allí estaba toda la gente que se movía, y
otra gente que se empezaba a mover.
Se gritaban sobre todo las consignas de la Assemblea de Catalunya que
aquel día se despedía: llibertat que algunos ya creían en la mano, la
amnistía que se entendía en una única dirección, la gente que seguía
presa o perseguida por luchar contra el régimen, y Estatut d´Autonomia,
sin muchas más precisiones aunque en aquel tuvo lugar una campaña en los
medios explicando que la experiencia del 6 de Octubre de 1934 no se
podía repetir. Fue una de las cosas que más claramente declaró
Tarradellas contra el que un pequeño sector de la manifestación
gritábamos: “!Fora Tarradellas, no volem titellas¡”. Detrás de todo esto
venía prefijado por un acuerdo entre la Assemblea de Catalunya y
Coordinación Democrática se comprometieron el 26 de mayo de 1976 “a
apoyar para las restantes nacionalidades y regiones del Estado español
el derecho al reconocimiento de su personalidad y de los
correspondientes derechos políticos”. Dicho de otra manera: la
generalización de las autonomías fue un acuerdo firmado por toda la
oposición dos años y medio antes de promulgarse la Constitución. Un
Estado de las Autonomías diseñado contra el derecho de
autodeterminación.
Detrás de todo aquel movimiento desde abajo existía otro pacto muy
diferente. Gracias a la influencia del PSUC, de aportaciones como las
efectuadas por Manuel Sacristán que, en líneas generales, eran
acopetadas por la izquierda radical, se había establecido un compromiso
en el que la lucha por la libertad nacional de Cataluña se establecía
como parte de una lucha general por los derechos democráticos y
sociales, todo vistos como una misma cosa. No era de otra forma como se
explicaba cuando alguien en tal o cual asamblea o reunión ponía en
cuestión que “Cataluña tuviera que ser distinta al resto de España”. Era
cuando se le respondía al trabajador en cuestión –y recuerdo un vecino
que trabajaba en la SEAT y que era un poco duro de molleras, un
estalinista bastante especial que militaba en la CNT con el que las
relaciones podía producir chispas-, se le argumentaba que Cataluña tenía
su propia historia, que el franquismo había tratado de aniquilar la
cultura y las instituciones catalanas, que el catalanismo democrático
era antifranquista. Y solía añadir: “…lo mismo que defendemos los
derechos de los trabajadores, también defendemos los derechos
democráticos, etc, etc”. O sea que se podía hablar de dos caras de una
misma moneda.
Como consecuencia del protagonismo del movimiento obrero en la lucha
antifranquista los derechos nacionales eran vistos como una
prolongación, y como consecuencia de la orientación política dominante
en dicho movimiento –comunista oficial por razones históricas muy
precisas-, lo mismo que el discurso de las conquista se fue
“jivarizando” para quedar en el sistema de la “negociación” sin
movilización, se adoptó el Estatut de Sau de 1979, que quedaba a mil
años de las pre4tensiones del 6 de Octubre del 34 porque nadie quería
ver a los militares en el balcón de la Plaça Sant Jaume. El tiempo que
sigue vendrá marcado por el abandono de los dioses de la izquierda, y
por el contrapunto del ascenso de los dioses del nacionalismo
lingüístico y conservador. Un plato en el que también comerá a una
izquierda hasta cuando presume de “transformadora”, se limita a las
reglas del juego de la gestión de un sistema en el que todo está atado y
bien atado.
En los últimos tiempos, el viento ha comenzado a soplar en otra
dirección. Hemos asistido al impulso del vibrante 15M catalán donde,
sobre todo en Barcelona, las exigencias nacionalistas fueron rechazadas
porque podrían causar división en un movimiento que apunta contra el
despotismo neoliberal…Ahora acabo de asistir a la confirmación clamorosa
de una apuesta independentista contra el despotismo españolista –me
pregunto: ¿cómo se puede hablar del hecho nacional sin mencionar la
prepotencia españolista?- surgida desde la Cataluña profunda, y a la
cual CIU no podía dar la espalda si no quería hacerse el “harakiri”.
Sobre el papel, el encaje entre una parte y otra no resulta fácil, sin
embargo, me parece evidente que por debajo de este independentismo
subyace el mismo malestar ciudadano y social. Nuevamente se plantea la
necesidad de caminar con las dos piernas.
P.D. Como supongo que alguien preguntará sobre mi “nacionalismo”,
quiero responder que siempre he creído en aquello que decía Paul
Lafargue: “Sois todos hermanos y todos tenéis un enemigo común: el
capital privado, sea prusiano, británico o chino”. Sin
internacionalismo, sin una dimensión social antiburguesa, el
nacionalismo apesta. Pero hay muchos nacionalismos, y creo que en mayor
o menor grado todos los somos. La vocación internacionalista no tiene
porque estar reñida con la nacional lo mismo que el afecto por tu madre
no te impide estimar a los demás, especialmente a los de abajo, a los
que sufren miseria y opresión. En cuanto al asunto tan controvertido de
las identidades, el internacionalista también se siente español en el
extranjero (aunque como decía Sacristán sea la España que quede una vez
los demás escojan su relación con ella), andaluz o mestizos como nos
sentimos los de procedencia emigrante. Sí hay un referéndum, yo lo
tengo claro: votaré independencia. Primero por afinidad con una mayoría
que se moviliza por sus derechos, y después porque esta España grande de
los Borbones y sus espadas, me avergüenza.
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