
Profesor de Sociología de la UAB
Terminó la tregua postelectoral griega. Tras una especie de
paréntesis temporal ilusorio a modo de armisticio falaz, la nueva tanda
de recortes previstos y la huelga general del pasado día 26 muestran que
la partida arranca otra vez. Estamos, seguramente, ante el inicio de
una nueva oleada de luchas y de intensificación de las contradicciones
sociales.
Después de las elecciones a tumba abierta celebradas el 17 de junio
ya quedó claro que el gobierno de coalición de Samaras estaría abocado a
profundizar la política de recortes. Quizá a lo sumo podría obtener un
trato público menos arrogante por parte de la Troika, una escenificación
menos humillante de la sumisión neocolonial de las élites
político-financieras griegas, pero en ningún caso un cambio de rumbo ni
una relajación significativa de las medidas de ajuste. El bulldozer de
la austeridad seguiría avanzando implacablemente, triturando a su paso
derechos sociales y dignidades personales y colectivas. Éste era el
pronóstico de toda la izquierda política y social griega entonces. Y así
ha sido.
La pérdida de poder adquisitivo con el hundimiento de salarios y
pensiones, el desempleo, la destrucción de los servicios públicos con la
sanidad al frente… constituyen los elementos principales de un cuadro
de descomposición y pauperización social que se acentúa día a día bajo
el shock prolongado de un ajuste estructural que parece no tener fin y
del que el nuevo plan de recortes es sólo otro capítulo más, antesala
del siguiente. La política de reducción del gasto tiene su correlato en
un masivo plan de privatizaciones, cuyo objetivo pretendido es recaudar
19.000 millones de euros hasta 2015, y que constituye una inmensa
operación de “desposesión social” de la riqueza colectiva para ser
entregada a intereses privados y extranjeros. Un expolio organizado en
toda regla en nombre de la deuda.
El gobierno de Samaras, a pesar de tener mayoría parlamentaria, es un
gobierno débil, con baja legitimidad social. Esto no significa que vaya
a caer fácil y rápidamente pero el fondo de crisis social y política
persiste y se agrava. La “Troika extranjera y la nacional”, siguiendo
la fórmula empleada por Tsipras, está lejos, lejísimos, de haber
estabilizado la situación. Ni mucho menos.
Grecia vive una situación política contradictoria. El pueblo griego
no está derrotado y no ha arrojado la toalla. Es consciente en cierto
modo que la victoria es posible. Pero al mismo tiempo el cansancio es
patente, tras años de dura resistencia y tras la agridulce sensación de
haber tenido a tocar la posibilidad de aupar un gobierno anti-austeridad
en junio.
Si se impone el cansancio y la desesperación serán las lógicas de
descomposición social, y con ello el ascenso de la alternativa neonazi
de Aurora Dorada (ya la tercera fuerza en los sondeos aunque lejos de
Nueva Democracia y Syriza), las que prevalecerán. Si son la firme
voluntad de resistencia y las ganas de vencer quienes lo hacen el
escenario será el opuesto. De momento el 26S, con un importante nivel de
seguimiento en especial en el sector público (enseñanza, sanidad,
administración…) y manifestaciones considerables en varias ciudades,
representa un paso en la buena dirección.
En tiempos míticos el pueblo ateniense vivió aterrorizado por el
Minotauro. Hoy es todo el pueblo helénico quien sufre el terror
despótico del insaciable Minotauro financiero, cuya oscura sombra
desbocada se alarga por todo el Mediterráneo. Aunque de apariencia
invencible el monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro fue
finalmente abatido por el héroe Teseo, combinando valentía e
inteligencia. El pueblo griego no tiene hoy héroes míticos. Él es el
héroe colectivo, formado por millones de anónimos héroes cotidianos, de
una tragedia al final de la cual ya veremos quien ríe y quien llora, si
el capital o nosotros.
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