David G. Marcos
La democracia pierde su primera cruzada en el momento en el que la información queda en manos de las empresas. Los titulares pasan a convertirse en eslóganes publicitarios; las tertulias, en partidos amañados. Es en este punto donde aparecen las voces del escepticismo, replicando –ciertamente con rigurosidad- que los medios públicos han terminado por convertirse en laboratorios sintetizadores de ideología y captación de voto. Con todo, a menudo el escepticismo termina errando en sus conclusiones. En este caso, lo hacen cuando señalan que ‘tant hi fa’ que haya o no televisiones públicas si no están sujetas a un control social. No obstante, como bien apuntaba en Twitter el periodista Eduardo Muriel, "Podemos luchar por una TV pública independiente. Pero para eso tiene que haber TV pública”.
El cierre instantáneo de RTVV después de la victoria de su personal trabajador en el juicio por el ERE arrasador decretado por la Generalitat, representa una pataleta histórica en el gobierno valenciano. Son varias las lecturas que pueden hacerse con respecto a ella. Por un lado, desde una posición simplista podría pensarse que se trata de un gesto más de superioridad por parte de Fabra&Co; nada nuevo en lo que los populares y socialistas nos tenían acostumbrados. Sin embargo, ampliando la foto y examinando la panorámica, los datos y encuestas que se proporcionan desde hace algunos meses ponen sobre la mesa un giro en la dinastía pepera valenciana. Dibujan, al horizonte, un posible tripartito (PSPV-EU-Compromís) aferrándose al gobierno de la Generalitat con la intención de presentarse ante una población fustigada como la nueva #PrimaveraValenciana electoral. En este sentido, parece lógico pensar que un PP desgastado (más por las grietas del gobierno central que por los escándalos del País Valencià) no vive ajeno a los que pudieran ser los últimos coletazos de su feudal supremacía.
Con el cerrojo echado en RTVV, el Partido Popular ofrece signos de fatiga. En efecto, continúa enrocado en su férrea posición de presentar la exterminación de todo servicio público como solución a los problemas económicos. No obstante, las formas y la improvisación de esta medida amenazan con quemar las pestañas a los dirigentes del PP, esta vez se han pasado de frenada. Alberto Fabra no podrá utilizar el viejo truco del plasma que tanto le mola a su colega español, Mariano Rajoy; el muy penco se ha quedado sin televisión con la que manipular.
Posiblemente hoy estén más contra las cuerdas de lo que lo han estado en mucho tiempo, es el momento de aprovecharlo. Valencianas y valencianos, despertemos. Recuperemos la memoria para construir la identidad que nos robaron, rescatemos la información con la que levantar la dignidad que desde hace años pisotean.
La democracia pierde su primera cruzada en el momento en el que la información queda en manos de las empresas. Los titulares pasan a convertirse en eslóganes publicitarios; las tertulias, en partidos amañados. Es en este punto donde aparecen las voces del escepticismo, replicando –ciertamente con rigurosidad- que los medios públicos han terminado por convertirse en laboratorios sintetizadores de ideología y captación de voto. Con todo, a menudo el escepticismo termina errando en sus conclusiones. En este caso, lo hacen cuando señalan que ‘tant hi fa’ que haya o no televisiones públicas si no están sujetas a un control social. No obstante, como bien apuntaba en Twitter el periodista Eduardo Muriel, "Podemos luchar por una TV pública independiente. Pero para eso tiene que haber TV pública”.
El cierre instantáneo de RTVV después de la victoria de su personal trabajador en el juicio por el ERE arrasador decretado por la Generalitat, representa una pataleta histórica en el gobierno valenciano. Son varias las lecturas que pueden hacerse con respecto a ella. Por un lado, desde una posición simplista podría pensarse que se trata de un gesto más de superioridad por parte de Fabra&Co; nada nuevo en lo que los populares y socialistas nos tenían acostumbrados. Sin embargo, ampliando la foto y examinando la panorámica, los datos y encuestas que se proporcionan desde hace algunos meses ponen sobre la mesa un giro en la dinastía pepera valenciana. Dibujan, al horizonte, un posible tripartito (PSPV-EU-Compromís) aferrándose al gobierno de la Generalitat con la intención de presentarse ante una población fustigada como la nueva #PrimaveraValenciana electoral. En este sentido, parece lógico pensar que un PP desgastado (más por las grietas del gobierno central que por los escándalos del País Valencià) no vive ajeno a los que pudieran ser los últimos coletazos de su feudal supremacía.
Con el cerrojo echado en RTVV, el Partido Popular ofrece signos de fatiga. En efecto, continúa enrocado en su férrea posición de presentar la exterminación de todo servicio público como solución a los problemas económicos. No obstante, las formas y la improvisación de esta medida amenazan con quemar las pestañas a los dirigentes del PP, esta vez se han pasado de frenada. Alberto Fabra no podrá utilizar el viejo truco del plasma que tanto le mola a su colega español, Mariano Rajoy; el muy penco se ha quedado sin televisión con la que manipular.
Posiblemente hoy estén más contra las cuerdas de lo que lo han estado en mucho tiempo, es el momento de aprovecharlo. Valencianas y valencianos, despertemos. Recuperemos la memoria para construir la identidad que nos robaron, rescatemos la información con la que levantar la dignidad que desde hace años pisotean.
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