Han
transcurrido 3 meses de las elecciones portuguesas que generaron un
empantanamiento político al perder la mayoría absoluta el bloque
conservador PSD-CDS que había continuado los mandatos de la troika
del rescate firmado por el socialista José Sócrates. Passos Coelho
fue tumbado en el parlamento y António Costa consiguió a duras
penas articular a primeros de noviembre un acuerdo cuatripartito de
izquierdas para un cambio de rumbo sin cuestionar los compromisos con
el capitalismo.
El
nuevo gobierno suponía un hito histórico porque por primera vez en
Portugal las izquierdas radicales, en una pugna en hacerse con la
mayoría, se sentaban a hablar con el PS. Sin embargo la clave de
esta apuesta por un pacto de gobernabilidad ha sido el ascenso del
Bloco de Esquerda, fuerza amplia con sectores radicales pero cuya
dirección es abiertamente socialdemócrata. Sus 19 escaños casi
triplicaron lo resultados anteriores y superaron por primera vez a
los del Partido Comunista portugués PCP, más a la izquierda y fiel
a la ortodoxia. La mima noche electoral el Bloco ofreció su apoyo a
un gobierno de izquierda.
Desde
el primer momento la troika y los poderes empresariales del país
pusieron la presión y la lupa y exigieron estabilidad, pero sus
incertidumbres van cayendo lentamente. Las líneas rojas tanto del
Bloco de Esquerda como del PCP fueron desapareciendo a medida que la
dirección socialista tendía la mano con una única condición: no
estaría al frente de un gobierno de ruptura con la UE, el euro y el
cumplimiento del déficit. El compromiso con el pago de la deuda
nunca se puso sobre la mesa.
Ante
esa oferta, los comunistas tuvieron que aparcar su propuesta de
referéndum para salir del euro y el Bloco olvidar cualquier intento
de reestructuración, algo que ya provocaba sarpullidos para la
izquierda anticapitalista que nos escandalizamos al ver su voto a
favor en el parlamento portugués en 2011 al rescate griego. Sin
entrar en el gobierno, junto a los verdes, el programa de gobierno ha
aliviado recortes a un ritmo del 20% en pensiones, salarios de
funcionarios y tasas, y dejó la puerta abierta a una subida del
salario mínimo, que ha sido mucho menor de lo que los apoyos pedían.
El
difícil equilibrio y fragilidad es vendido como un éxito total por
el PS, al lograr acercar a sus posiciones a sus socios radicales.
Mientras la Comisión europea ha exigido estas semanas una mayor
reducción y empieza a perder los nervios, el ejecutivo se enfrentó
a finales de enero a una huelga de funcionarios convocada por el
sindicato comunista, que pide volver a las 35 horas semanales. El
Bloco es quien menos sufre la concertación y parece no considerar
contradictorio que no se reviertan las privatizaciones y que sólo se
frenen o ralenticen. Los comunistas en cambio creen que no se
completará la legislatura.
Lo de poner etiquetas a diestro y siniestro (la dirección del bloco socialdemocrata se va a acabar pareciendo a los "significantes vacios" de Laclau.
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