
Tras
el descenso a los infiernos del exministro de finanzas griego por su
inflexibilidad e irreverencia en el trato a las instituciones
europeas durante la negociación, pero sobre todo al alejarse de
Tsipras a medida que se disponía a aceptar el tercer memorándum
griego tras el referéndum de julio, Giannis Varoufakis se ha puesto
a la cabeza de un proyecto paneuropeo “para reconstruir la
esperanza democrática en Europa”.
La
nueva organización, que será una red de organizaciones filiales en
diferentes países del sur de Europa golpeados por las dentelladas de
la austeridad, lleva el nombre de DIEM 25, Movimiento Democracia en
Europa 25, y en palabras del propio profesor y econ
omista,
se trata de buscar una tercera vía entre “quienes quieren volver
al capullo del estado-nación y los que aceptan las políticas
autoritarias de unos instituciones profundamente antidemocráticas”
para evitar el naufragio del proyecto europeo.
La
fórmula de Varoufakis no ha sorprendido en Grecia, en donde el
proyecto apenas es conocido y Unidad Popular (LaE), la fuerza
escindida de Syriza tras el rescate, no tiene vínculos directos con
él, pues se esperaba brillar con luz propia. A la que considera
capitulación del primer ministro heleno, al que no deja de atacar
con dureza, se suma el hecho de que la estructura jerárquica de
Syriza acalló toda voz disidente.
Conviene
recordar aquí que Giannis Varoufakis se incorporó a la formación
política de Tsipras a mediados de 2014 para redactar – pero sobre
todo modular – las propuestas económicas en el llamado “programa
de Salónica”, en donde planteó los siguientes puntos: ninguna
decisión del futuro gobierno podría cuestionar los tratados
europeos vigentes, la reestructuración o moratoria de la deuda
defendida en 2012 no cabría en la actual UE y la negociación con la
troika se haría sin líneas rojas.
Fue
mucho más explícito en campaña electoral de enero de 2015, con el
programa cerrado, al afirmar que “un gobierno de Syriza seguiría
pagando la deuda aunque de forma escalonada, con la flexibilidad del
mercado laboral y sin revocar en una primera legislatura las reformas
de PASOK-ND”. Curiosamente se da la paradoja que Giannis
Varoufakis, como afirma en su libro “El Minotauro global”, nunca
se ha considerado marxista como sí casi todos los actuales ministros
de Tsipras.
La
que lo acompaña es Zoe Konstantopoulou, expresidenta del parlamento,
que estuvo presente en las jornadas de presentación del Plan B,
embajadora junto a formaciones políticas de izquierda del continente
y la firma de intelectuales y eurodiputados del Grupo de la Izquierda
Unitaria. El manifiesto presentado hace un par de semanas parte de un
golpe de estado financiero ejecutado al gobierno griego y se centra
en lo antidemocrático de una UE obediente al mundo financiero.
El
mensaje es claro y a la vez de amplio espectro: es urgente la
búsqueda de una vía alternativa al neoliberalismo que recupere la
esperanza a las fuerzas que se oponen a la austeridad y recupere la
justicia social y los servicios públicos desmantelados por la
deudocracia. Hay una crítica a la voracidad del sistema financiero y
su desregulación, a la tecnocracia y tratados europeos, y a la
privatización de bienes y derechos comunes.
Este
marco programático permite aglutinar las firmas de Beatriz Talegón,
exdirigente de la JJSS, eurodiputados verdes, del Bloco portugués,
la Alianza Rojiverde danesa, Die Linke y la dirección de IU, quienes
no han tenido inconveniente de cogobernar con el social-liberalismo,
hasta Susan George, Ada Colau, Juan Torres, sectores de Podemos que
incluyen a los economistas Alberto Montero, Nacho Álvarez y Bibiana
Medialdea y Anticapitalistas, cargos de las CUP e intelectuales como
Noam Chomsky.
Un
manifiesto tal podría haberse redactado hace 2 años y es similar al
de apoyo a que Syriza no se doblegara de hace unos 6 meses. Sólo
puede explicarse por el clamoroso y estratégico silencio que guarda
sobre ejes nítidamente anticapitalistas, para una alternativa
radical al modelo económico y de construcción europea. No hay
siquiera una mención a reestructurar la deuda, ya manifiestamente
insuficiente, ni nombra el euro, ejes de la crisis capitalista, ni a
nacionalizaciones de banca y expropiaciones.
Es
más que evidente que la ausencia de una interpelación a las clases
trabajadoras europeas y a su movilización sostenida para derribar
las políticas de la troika dirigen el proyecto hacia una nueva capa
de barniz de la izquierda reformista, que intenta resituarse en
Europa a golpe electoral. No hay una apuesta por la construcción de
una huelga general europea desde abajo, ni una crítica a las
políticas imperialistas de la UE en Oriente Medio y el Magreb.
Si
en el diagnóstico no hay una profundización de la irreformable
estructura de la UE y del propio capitalismo, en las tareas el Plan B
de Giannis Varoufakis y Podemos-IU resulta una completa decepción
incluso para aquellos sectores más avanzados con los que hacer
política desde el reformismo, pues sólo se plantean soluciones en
una órbita institucional y desde arriba, como los mismos foros han
sido programados y se van a llevar a cabo. Parchear el fracaso del
primer “gobierno de izquierdas” enmarcándolo como denuncia del
chantaje implícito del propio capitalismo para acabar proponiendo
las recetas de antes supone seguir moviéndose en la gestión amable
de la austeridad. Las renuncias y pasos dados por el Bloco de
Esquerda en el gobierno portugués y el camino recorrido por Podemos
en los “gobiernos del cambio” son buenos ejemplos del límite
reformista y su reformulación a nivel europeo. Giannis Varoufakis no
es más que el comodín.
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