
Sábado 26 de febrero.
A pesar de la dimisión de Mubarak, el Consejo supremo de las fuerzas armadas que dirige hoy el país aún no ha liberado a los militantes encarcelados mientras que prohíbe las huelgas y autoriza las manifestaciones en cuenta gotas. Sin embargo, la población egipcia no está dispuesta a que le roben su revolución.
Desde la caída de Mubarak, el ejército es el que está en el poder. Y la mayoría de los egipcios confían en sus soldados, ya que no dispararon sobre los manifestantes de la plaza Al-Tahrir. Pero algunas voces se elevan entre los obreros, los asalariados, los artistas y los estudiantes, para denunciar el Consejo supremo de las fuerzas armadas. Considerado como un vestigio del antiguo régimen, este estado mayor tarda en efecto en liberar a todos los militantes encarcelados bajo el reino de Mubarak, pone presión sobre los huelguistas para que retomen el trabajo, prohíbe el acceso de las fábricas en huelgas a todos los periodistas, bloquean la carretera hacia Gaza e inunda de SMS los móviles de todos los egipcios, ordenándoles de permanecer tranquilos y de volver al trabajo. Las fuerzas armadas egipcias, que pueden utilizar a su antojo todas las redes de comunicación, privadas o públicas, Vodafone como Mobinil, se comportan como un gobierno militar. Bajo la excusa de asegurar la seguridad en la ciudad, el toque de queda es mantenido y el estado de emergencia, en vigor desde casi 30 años, no ha sido aún anulado. De hecho, en lugar de proteger como dicen la ciudad, son esencialmente los bancos, la Bolsa, la embajada americana, el Parlamento y la sede de la televisión pública lo que los tanques protegen. En Chobra, por ejemplo, un barrio en el norte del Cairo, ningún tanque ha ido a proteger a una iglesia que desde hace tres días está amenazada de ser quemada por musulmanes, supuestamente porque un joven cristiano habría quemado el Coran en la calle. Los habitantes cristianos de Egipto deben por tanto desenvolverse solos para asegurar su propia protección.
« Militares cuidado, os vigilamos »
El viernes pasado, durante la manifestación que debía festejar la victoria- supervisada por el ejército que había montado diferentes chek-points en casi toda la ciudad- algunos contestatarios señalaban con los dedos a los militares. “Esta vez no nos robareis nuestra revolución como en 1952”, exclamaba Ahmed Elkoussy el cual, con unos cincuenta asalariados de su tienda de artes gráficas, levantaba pancartas con el lema « la Revolución no ha terminado », « Militares cuidado, os vigilamos ». Un poco más lejos un hombre exhibe sus heridas que acaban de cicatrizar: “ es el ejército, es el ejército el que me ha hecho esto, hace apenas unos días », antes de ser reconducido sin moderación por un oficial, lejos de los periodistas. El ejército está nervioso. Los oficiales no quieren que se tomen fotos de los carros blindados, y tampoco quieren responder a las preguntas. El viernes por la noche, después de la manifestación, mientras que los jóvenes de los barrios populares permanecían en la plaza Al-Tahir, los de los lugares más favorecidos desplazaban su manifestación cincuenta metros más lejos, plaza Talaat Harb. Resultado: dos ambientes totalmente diferentes. En Talaat Harb, los militares han dejado a los jóvenes festejar toda la noche, grabar videos, etc. En Al-Tahir, imposible acceder a la plaza, bloqueada por un tanque. El ejército había incluso pedido ayuda a las fuerzas especiales, unidad antiterrorista, y había requisado un hotel vacío de la plaza, el Cleopatra, para convertirlo en un centro de comandancia improvisado. “No os diremos que hacemos aquí”, soltaba lacónicamente un soldado, situado en la entrada del edificio, cuyos alrededores estaban prohibidos. Para los jóvenes de los barrios populares, toque de queda obligatorio y estrecha vigilancia.
Huelgas prohibidas.
Para los trabajadores también. En Mahallah, por ejemplo, una de las grandes ciudades industriales del Medio Oriente, dónde los 24000 obreros de la fábrica textil estuvieron en huelga durante cinco días hasta el sábado, era imposible acercarse a la fábrica; los militares cortaron la circulación. Y es que las huelgas dan miedo a los militares. No han olvidado que el movimiento de huelga general del 6 de abril de 2008 salió de Mahallah, de la cual directamente forma parte la coalición que llamó a manifestarse, el 25 de enero pasado, provocando de ese modo la salida del rais. Con el fin de tranquilizar la situación, las fuerzas armadas han acabado por ceder a las reivindicaciones de los obreros y han echado a toda la antigua dirección de la fábrica, corrompida y demasiado ligada al antiguo régimen. El Consejo supremo ha igualmente prometido poner en marcha de aquí a seis meses un salario mínimo de 1200 libras, para todos los trabajadores de Egipto y de mejorar la sanidad, los transportes públicos, etc. Y para evitar el contagio, que ya había alcanzado varios sectores como los bancos los hospitales y la construcción, las fuerzas armadas enviaron dos sms, durante la noche del lunes a martes. El mensaje era claro: “Por razones de seguridad nacional, todo los que participen en manifestaciones o en acciones que no sean expresamente autorizadas por el ejercito serán detenidos”. Pero en estos momentos en los que escribimos estas notas, miles de personas manifiestan en la plaza Al-Tahir contra el gobierno militar.
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