
El baile de los hipócritas.
Al igual que después de cada naufragio en el Mediterráneo o después de cualquier catástrofe provocada por la barbarie del sistema capitalista, los jefes de Estado de los países más ricos aparentan emocionarse, anuncian medidas “para que no vuelva a ocurrir”, pero siguen cerrando mientras tanto sus fronteras, siguen saqueando las riquezas del planeta y preservando los intereses de sus multinacionales o de sus bancos en detrimento de los derechos de los pueblos, y en primer lugar de los de los países más pobres. Los capitales circulan libremente pero los pueblos se ven encerrados. No hay ninguna fatalidad a esos naufragios, son los poderosos de este mundo los responsables.
¡No es la fatalidad la responsable, sino el sistema!
Con el terremoto en Nepal, tenemos de nuevo el ejemplo de que ninguna catástrofe es “natural” con el capitalismo. Cuando un fuerte seísmo se produce en uno de los países más pobres del planeta, como ya pudimos comprobarlo en Haïti en 2010, el número de víctimas, las consecuencias materiales, el desastre sanitario se multiplican por diez. Nepal forma parte de los diez países más pobres del mundo y no es la industria turística de masas en manos de los grandes operadores turísticos occidentales la que ha permitido a su población salir de la miseria. Hacía ya años que los científicos anunciaban un seísmo de esa envergadura en Nepal. Pero los inmuebles construidos mal y rápido para hacer frente a la urbanización alocada en Katmandú y las viviendas tradicionales de madera, vetustas, de los barrios pobres se han desplomado como si de castillos de naipes se tratasen. Solamente las viviendas de los pudientes construidas en base a las normas antiseismos han resistido. Los países ricos van a mandar un poco de ayuda humanitaria, esto será una gota de agua en un océano de desolación.
Este sistema está podrido, ¡hay que cambiarlo!
Todas esas catástrofes padecidas por las poblaciones más pobres deben incitarnos a manifestarnos de manera numerosa este 1º de mayo para expresar nuestra solidaridad pero también nuestra rabia, nuestra indignación, nuestro asco a este sistema y a los que lo defienden y se aprovechan de éste. En efecto, el 1º de mayo, es la jornada internacional de lucha de los y las trabajadoras. Esa jornada fue creada por el movimiento obrero hace ya más de 120 años para intentar hacer concreta la idea que los y las explotadas no tienen patria y que más allá de las fronteras defienden unos mismos intereses y que constituyen una única y misma clase, aquella que podrá acabar con este sistema profundamente bárbaro e injusto. Entonces volvamos a reafirmar el derecho de todas y todos a circular libremente y a instalarse allí donde lo deseen. Reafirmemos que la vida humana vale más que los beneficios de los capitalistas, ya sean de aquí o de fuera. Reafirmemos nuestra esperanza en un mundo sin fronteras, sin explotación y sin miseria.
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