
Pepe Gutiérrez-Álvarez
Lo que más apesta de todo el asunto de Bankia es la presencia de altos cargos en “representación” de la izquierda institucional y de los sindicatos negociadores.
Nadie podrá negar que la situación política (¡la economía, estúpidos¡) en el Ruedo Ibérico está necesitando ser descrita por plumas ácidas como la de don Ramón Mª del Valle-Inclán, si bien es posible que el espejo cóncavo de la calle del Gato, sea ya insuficiente. En este esperpento, seguramente el papel más patético sea el de los representantes de la izquierda en el consejo de administración. La de los dos partidos, y de los sindicatos mayoritarios, totalmente imbuidos en la cultura empresarial, y no precisamente la de la ética protestante sino la católica. De esa que bautiza a sus bancos con nombres como “Espíritu Santo”.
Lo es porque se trata de una presencia que ya venía dada por la lógica derivada de la Transición, aquella genial maniobra de la monarquía que acabó consagrando las prácticas económicas ya establecidas. No se trata por lo tanto de una cuestión de personajes, que también. Se trata ante todo de una lógica en la que la derecha deliberadamente ha hecho a la izquierda copartícipe de sus montajes. Tanto ha sido que casi se podría ofrecer un retrato veraz de la historia del país tras la conquista –por abajo- de las libertades, con el listado de antiguos izquierdistas convertidos en cargos, normalmente magníficamente renumerados aunque también podrían darse escenas de “camaradas” y “compañeros” pujando por un carguete.
Esta ha sido la práctica establecida por el PSOE desde que trató de sectario toda crítica al orden establecido. Los ejemplos podrían superar el listín de Telefónica, pero lo que ya no es tan habitual que se trate, como en el caso de Bankia, de todo un doctor especializado en Ética y Socialismo. Hablamos claro está del otro Zapatero, Virgilio, catedrático de Filosofía del Derecho, Moral y Política (en la Universidad de Alcalá de Henares). Virgilio fue un socialista en una clandestinidad (dulce, todo hay que decirlo, pocos socialistas pasaron por el Tribunal del Orden Público), coautor de un libro de presentación del PSOE en 1976, y lo dicho: especialista en ética…Su bibliografía se desarrolla en dos senderos coincidentes, la ética y el socialismo (o el marxismo como decían en los años setenta), y una edición muy cuidadosa de los Escritos sobre Democracia y socialismo, de Fernando de los Ríos. Se trata de trabajos académicos en los que Virgilio despliega su conocimiento del socialismo clásico, y que, en resumidas cuentas, incidían en uno de los mensajes centrales del PSOE en la época, el de los Cien años de honradez.
Obviamente, no faltaron comentarios irónicos, como aquel que añadía “y cuarenta de vacaciones”, pero lo cierto es que era una referencia sabia a una credencial que se había ganado a pulso el partido, sobre todo desde que Pablo Iglesias consiguió en 1905 su primer éxito político significativo, al resultar elegido concejal del Ayuntamiento de Madrid, junto con otros dos compañeros socialistas. Desde esta plataforma, “el abuelo” lanzaría una campaña contra la corrupción imperante, de gran impacto popular. En su memorable biografía, Juan José Morato (Pablo Iglesias, educador de muchedumbres), registraba apasionadamente como todas las acusaciones vertidas contra él desde el nido de víboras, se estrellaron contra una integridad fuera de toda duda.
Pero, los tiempos habían cambiado, del PSOE de Pablo Iglesias no quedaba muchas cosas aparte de la marca registrada, y sus cuadros entraron en los consejos de administración. No hay que decir que aceptaron las reglas del juego, de ahí que teman a cualquier comisión de investigación, sobre todo cuando hay amenaza de luz y taquígrafo. Sí, porque cuando no hay más remedio, los parlamentos montan una comisión investigadora presidida por quien mejora cara presente, todo a sabiendas de que las conclusiones serán las correctas. Al escribir esto tengo en mente la presidida por Joan Boada, diputado ecosocialista en el Parlement, y presidente de la Comisión sobre el 3%, una acusación por lo demás vertida por un Pascual Maragall que había perdido los papeles. Virgilio por lo tanto, podrá dormir tranquillo. Para que se cree una comisión en lo de Bankia, habrá que pasar por el cadáver de Rubalcaba quien, por cierto, comentó las primeras noticias sobre el gran robo diciendo que no había que preocuparse. Y que mejor prueba: él guardaba sus ahorros en Bankia. Luego, su gran preocupación ha sido la “infiltración” que ha permitido a la señora Chacón mover fichas en la guerra por el poder de la empresa.
Pero Don Virgilio no estaba sólo, y en la directiva de Bankia, aparte de dos anodinos cargos sindicales, había otro catedrático igualmente con larga experiencia en estos menesteres. Estamos hablando de José Antonio Moral Santín, autor (junto con Henry Raymond), de una obra que se considera exponente del “clasicismo” económico marxista hispano de los últimos tiempos, La acumulación del capital y sus crisis. Madrid (Akal, 1986). Pero, tanto en un caso como en otro, lo que mejor habla de ellos son sus sueldos, y sus complicidades. Ellos no vieron nada, porque evidentemente no querían ver. De no haber sido de fiar, jamás se habrían sentado a la diestra de Rato quien en eso de domesticar conciencias, debe ser un hacha.
Este esperpento nos produce náuseas. Por supuesto, por todo lo que representa la clase empresarial que trabaja a través de una agencia llamada Partido Popular, pero sobre todo de su izquierda, de los “compañeros” y “camaradas” que la gente de abajo espera una actuación honesta. Pero quizás sea esta la parte más triste. Se puede percibir por ejemplo en el documental Flores de luna (España, 2008), en el que el interesante cineasta José Vicente Córdoba, cuenta “la historia del Pozo del Tío Raimund”, en el que Antonio Castells al hablar de los movimientos sociales ligados a los barrios, registraba el comienzo de una revolución. Pues bien, en un momento dado, algunos de los antiguos militantes con una pinta inequívoca de viejos “currantes”, salen a la calle de noche para pegar carteles en los que aparece la foto del otro Zapatero, y en los que se lee: “Motivos para creer”.
Esta gente trabajadora todavía no se había decepcionado, que comulgaba con piedras de molino. Que todavía querían creer que la honradez de Pablo Iglesias habitaba en el PSOE. En realidad estaba enterrada en un sepulcro y bajo siete llaves, un sepulcro adquirido con subvenciones por la Fundación Pablo Iglesias, en cuya junta también se sienta o se sentaba Virgilio Zapatero. A mí eso me recuerda cosas que se veían en Andalucía. Los mismos señoritos que maltrataban a sus braseros eran luego los primeros en las misas. Una vieja historia con ropas de la modernidad, pero tan apestosas como las que describía don Ramón en su “Ruedo Ibérico”. De todo lo cual se deduce una conclusión: cualquier izquierda que se precie tendrá que huir de la política institucional, y de los “profesionales” como de eso, de la peste.
Lo que más apesta de todo el asunto de Bankia es la presencia de altos cargos en “representación” de la izquierda institucional y de los sindicatos negociadores.
Nadie podrá negar que la situación política (¡la economía, estúpidos¡) en el Ruedo Ibérico está necesitando ser descrita por plumas ácidas como la de don Ramón Mª del Valle-Inclán, si bien es posible que el espejo cóncavo de la calle del Gato, sea ya insuficiente. En este esperpento, seguramente el papel más patético sea el de los representantes de la izquierda en el consejo de administración. La de los dos partidos, y de los sindicatos mayoritarios, totalmente imbuidos en la cultura empresarial, y no precisamente la de la ética protestante sino la católica. De esa que bautiza a sus bancos con nombres como “Espíritu Santo”.
Lo es porque se trata de una presencia que ya venía dada por la lógica derivada de la Transición, aquella genial maniobra de la monarquía que acabó consagrando las prácticas económicas ya establecidas. No se trata por lo tanto de una cuestión de personajes, que también. Se trata ante todo de una lógica en la que la derecha deliberadamente ha hecho a la izquierda copartícipe de sus montajes. Tanto ha sido que casi se podría ofrecer un retrato veraz de la historia del país tras la conquista –por abajo- de las libertades, con el listado de antiguos izquierdistas convertidos en cargos, normalmente magníficamente renumerados aunque también podrían darse escenas de “camaradas” y “compañeros” pujando por un carguete.
Esta ha sido la práctica establecida por el PSOE desde que trató de sectario toda crítica al orden establecido. Los ejemplos podrían superar el listín de Telefónica, pero lo que ya no es tan habitual que se trate, como en el caso de Bankia, de todo un doctor especializado en Ética y Socialismo. Hablamos claro está del otro Zapatero, Virgilio, catedrático de Filosofía del Derecho, Moral y Política (en la Universidad de Alcalá de Henares). Virgilio fue un socialista en una clandestinidad (dulce, todo hay que decirlo, pocos socialistas pasaron por el Tribunal del Orden Público), coautor de un libro de presentación del PSOE en 1976, y lo dicho: especialista en ética…Su bibliografía se desarrolla en dos senderos coincidentes, la ética y el socialismo (o el marxismo como decían en los años setenta), y una edición muy cuidadosa de los Escritos sobre Democracia y socialismo, de Fernando de los Ríos. Se trata de trabajos académicos en los que Virgilio despliega su conocimiento del socialismo clásico, y que, en resumidas cuentas, incidían en uno de los mensajes centrales del PSOE en la época, el de los Cien años de honradez.
Obviamente, no faltaron comentarios irónicos, como aquel que añadía “y cuarenta de vacaciones”, pero lo cierto es que era una referencia sabia a una credencial que se había ganado a pulso el partido, sobre todo desde que Pablo Iglesias consiguió en 1905 su primer éxito político significativo, al resultar elegido concejal del Ayuntamiento de Madrid, junto con otros dos compañeros socialistas. Desde esta plataforma, “el abuelo” lanzaría una campaña contra la corrupción imperante, de gran impacto popular. En su memorable biografía, Juan José Morato (Pablo Iglesias, educador de muchedumbres), registraba apasionadamente como todas las acusaciones vertidas contra él desde el nido de víboras, se estrellaron contra una integridad fuera de toda duda.
Pero, los tiempos habían cambiado, del PSOE de Pablo Iglesias no quedaba muchas cosas aparte de la marca registrada, y sus cuadros entraron en los consejos de administración. No hay que decir que aceptaron las reglas del juego, de ahí que teman a cualquier comisión de investigación, sobre todo cuando hay amenaza de luz y taquígrafo. Sí, porque cuando no hay más remedio, los parlamentos montan una comisión investigadora presidida por quien mejora cara presente, todo a sabiendas de que las conclusiones serán las correctas. Al escribir esto tengo en mente la presidida por Joan Boada, diputado ecosocialista en el Parlement, y presidente de la Comisión sobre el 3%, una acusación por lo demás vertida por un Pascual Maragall que había perdido los papeles. Virgilio por lo tanto, podrá dormir tranquillo. Para que se cree una comisión en lo de Bankia, habrá que pasar por el cadáver de Rubalcaba quien, por cierto, comentó las primeras noticias sobre el gran robo diciendo que no había que preocuparse. Y que mejor prueba: él guardaba sus ahorros en Bankia. Luego, su gran preocupación ha sido la “infiltración” que ha permitido a la señora Chacón mover fichas en la guerra por el poder de la empresa.
Pero Don Virgilio no estaba sólo, y en la directiva de Bankia, aparte de dos anodinos cargos sindicales, había otro catedrático igualmente con larga experiencia en estos menesteres. Estamos hablando de José Antonio Moral Santín, autor (junto con Henry Raymond), de una obra que se considera exponente del “clasicismo” económico marxista hispano de los últimos tiempos, La acumulación del capital y sus crisis. Madrid (Akal, 1986). Pero, tanto en un caso como en otro, lo que mejor habla de ellos son sus sueldos, y sus complicidades. Ellos no vieron nada, porque evidentemente no querían ver. De no haber sido de fiar, jamás se habrían sentado a la diestra de Rato quien en eso de domesticar conciencias, debe ser un hacha.
Este esperpento nos produce náuseas. Por supuesto, por todo lo que representa la clase empresarial que trabaja a través de una agencia llamada Partido Popular, pero sobre todo de su izquierda, de los “compañeros” y “camaradas” que la gente de abajo espera una actuación honesta. Pero quizás sea esta la parte más triste. Se puede percibir por ejemplo en el documental Flores de luna (España, 2008), en el que el interesante cineasta José Vicente Córdoba, cuenta “la historia del Pozo del Tío Raimund”, en el que Antonio Castells al hablar de los movimientos sociales ligados a los barrios, registraba el comienzo de una revolución. Pues bien, en un momento dado, algunos de los antiguos militantes con una pinta inequívoca de viejos “currantes”, salen a la calle de noche para pegar carteles en los que aparece la foto del otro Zapatero, y en los que se lee: “Motivos para creer”.
Esta gente trabajadora todavía no se había decepcionado, que comulgaba con piedras de molino. Que todavía querían creer que la honradez de Pablo Iglesias habitaba en el PSOE. En realidad estaba enterrada en un sepulcro y bajo siete llaves, un sepulcro adquirido con subvenciones por la Fundación Pablo Iglesias, en cuya junta también se sienta o se sentaba Virgilio Zapatero. A mí eso me recuerda cosas que se veían en Andalucía. Los mismos señoritos que maltrataban a sus braseros eran luego los primeros en las misas. Una vieja historia con ropas de la modernidad, pero tan apestosas como las que describía don Ramón en su “Ruedo Ibérico”. De todo lo cual se deduce una conclusión: cualquier izquierda que se precie tendrá que huir de la política institucional, y de los “profesionales” como de eso, de la peste.
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